sábado, 17 de agosto de 2019

LA AUTOTRASCENDENCIA. Por Francisco de Sales.


Con demasiada frecuencia, olvidamos que somos más que humanos cotidianos, y nos enzarzamos en esta pelea diaria de la supervivencia que no nos lleva más allá, y aplazamos continuamente hacernos las grandes y temidas preguntas, encontramos excusas hábiles, razones un poco falsas, mentiras increíbles que nos permitimos creer, prórrogas innecesarias...
El miedo nos vence, la pereza nos vence, la irresponsabilidad nos vence...
Sólo somos víctimas, pero estamos tan acostumbrados a serlo que nos parece imposible una vida que gobernemos libremente.

Mientras nosotros seguimos estancados, la autotrascendencia, calladamente, espera que le dediquemos nuestra atención.
Está acostumbrada a que seamos unos caprichosos inconscientes que prestan más atención a lo urgente o lo distraído que a lo trascendental, y más atención a "lo aparentemente importante" que a lo que realmente importa, y más atención a los placeres de recompensa inmediata que a los que proporcionan estabilidad y paz.

A unos les cuesta ponerse a ello, a otros les parece que no están preparadados, otros se consideran inmerecedores, y a otros sólo les interesa lo que el momento actual pueda darles.
Quizás alguno de ellos tenga razón, como tienen razón quienes piensan o sienten que hay que comprometerse, con uno mismo y con la vida, y piensan que es en el silencio y en el interior donde están la gloria, la maravilla y la realidad.

Lo que suele fallar habitualmente es el compromiso. La vida nos distrae con muchos señuelos, nos atrapa, nos absorbe, y el silencio y la atención a lo transcendente se archivan directamente como asuntos que sólo nos distraen de la vida y nos hacen perder el tiempo.

El ser humano se sabe, o se siente, desvalido, perdido, inexperto... se sabe o se siente inútil con los asuntos de la intelectualidad -con la que nunca hay que afrontar la espiritualidad- se sabe o se siente pequeño o indefenso... y en vez de sacar el héroe interno, se acobarda y se rinde.

Sin embargo, en cada uno hay "algo" que no es "uno mismo", o que es mucho más y más grande que uno mismo, y eso marca una más clara diferencia entre lo "animal" y lo "espiritual".

Lo espiritual no puede enfermar. En cambio, si uno no tiene asumida y desarrollada esa parte, si no encuentra sentido a las cosas o a su vida, puede entrar en una crisis existencial, y el aburrimiento crónico por la falta de metas puede afectarle gravemente: apatía, desgana, depresión....

La autotrascendencia consiste en saberse, o por lo menos intuir, que uno tiene una misión importante en este mundo, o en esta reencarnación, o en este estar una vez en la vida y no más: hacerse feliz y hacer más agradable la vida a los demás; hacer realidad el potencial que uno es; desarrollar la espiritualidad que somos; colaborar en la mejoría de las relaciones humanas, de la convivencia, del amor al prójimo...

Vivir y morir sin haber contribuido de algún modo a perfeccionar el mundo, a uno mismo y a los demás, puede ser una inutilidad casi imperdonable.

Con el tiempo uno aprende que la generosidad es una cualidad excepcional; que las sonrisas que damos o recibimos son de un valor incalculable; que desapegarse de las cosas es de sabios; que la felicidad que disfrutemos o aportemos a los demás es nuestro más preciado legado a la humanidad; que los abrazos que se dan con el corazón nos elevan; que sentirse en paz es sagrado; que no hay otra cosa que merezca todos los adjetivos buenos salvo el amor, y que las necesidades van desapareciendo con el tiempo y se van resumiendo en una que es, claramente, el Amor.

La autotrascendencia consiste en sobreponerse al egoísmo, en superar las limitaciones que aporta el creer que acabamos junto con esta vida y que no tenemos que dar cuentas ni explicaciones a nadie, y en escuchar y obedecer a esa parte que no se consuela con las satisfacciones que dan los asuntos materiales y reclama atención y preponderancia.
Consiste también en aceptar que uno es otra cosa más que el humano que corretea por el mundo agobiado por resolver problemas, e inquieto porque no lo logra.

"El ser humano -como dice Víctor Frankl- está ahí para superarse a sí mismo, para olvidarse, para perderse de vista, para hacer caso omiso de sí mismo en la medida en que se entrega a una cosa o a un prójimo. Sólo así se vuelve el ser humano verdaderamente humano".

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