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Detrás de los enfados frecuentes se esconde muy a menudo la soberbia. Son perfiles que necesitan tener siempre la razón, que no toleran ser contrariados o corregidos y que además son víctimas constantes de su propia frustración. Así, es importante destacar que, tras la soberbia, se halla a su vez el narcisismo, conformando de este modo un tipo de personalidad muy desgastante.
A menudo suele decirse aquello de que el soberbio jamás reconocerá sus “pecados”. No lo hará porque tiene la nariz tan pegada a su espejo que ni siquiera logra verse a sí mismo. Sin embargo, nos hemos acostumbrado tanto a este tipo de presencias en nuestros entornos que casi sin darnos cuenta hemos acabado normalizando el narcisismo y la soberbia. Lo vemos en las élites políticas, lo vemos en nuestras empresas y lo vemos incluso en una parte de las nuevas generaciones.
“Es más fácil escribir contra la soberbia que vencerla”.
-Francisco de Quevedo-
Todos estos perfiles, en apariencia tan distantes entre sí, muestran en realidad unas características comunes. No importa la edad que tengan, son personas “que lo saben todo”, esas a las que nadie puede enseñar o mostrar nada porque “cuentan ya con un gran rodaje vital”. Además, también se caracterizan por relegar las necesidades de los demás a un segundo plano y por tener a su vez la madurez emocional de un niño de 6 años.
De este modo, quienes traten a diario con ellos ya estarán familiarizados con sus enfados frecuentes. Tienen “la piel muy fina” y el orgullo muy alto, lo sabemos, de ahí que a la mínima “salten”, pierdan el control y muestren comportamientos tan comunes como dejar de hablarnos durante un tiempo o sencillamente caer en la descalificación por haberlos contrariado en algún pequeño e insignificante aspecto…
Los enfados frecuentes y lo que hay bajo este maquillaje
La soberbia no deja de ser un traje, un disfraz de puercoespín donde las púas actúan como barreras defensivas para no dejar que nadie intuya los miedos, las flaquezas de carácter y las debilidades. De este modo, si alguien me dice que debo ser más paciente y tomarme las cosas con calma, no dudaré en ponerme en guardia y alzar mis púas (han puesto en duda mi buen hacer). No importará tampoco que esa persona me haya hecho el comentario con buena fe: yo me lo tomaré como una afrenta.
La autoestima en este tipo de perfil es muy baja. Sin embargo, ese sentimiento de inferioridad se transforma a menudo en un resorte de agresividad, en una catapulta cargada de rabia, de despecho y amarga frustración. Asimismo, la necesidad de estar encima por nosotros en cualquier situación, circunstancia o contexto, da forma a su vez a esa “falacia de autoridad” donde nadie debe desacreditarlos, donde llevarles la contraria, incluso en el aspecto más nimio, es todo un insulto.
La soberbia es en estos casos un sofisticado sistema de compensación. Así, lo más interesante de estos perfiles es que por lo general este traje lleno de púas se suele forjar en la infancia como una forma de esconder las inseguridades. Más tarde, se convierte en un modo de reaccionar ante los problemas o las decepciones. Esto es así porque la personalidad soberbia instrumentaliza la arrogancia y la agresión como forma de marcar territorio, como canal para validarse.
Aunque con ello, lo que consiguen realmente es crear distancias y moverse en un círculo de relaciones superficiales.
¿Qué hacer ante los enfados frecuentes de esas personas que nos rodean?
Detrás de los enfados frecuentes hay un claro problema de gestión emocional, de autoestima y equilibrio psicológico. Nadie puede vivir bajo la costra de un enfado crónico, envuelto en su melena de león y rugiendo cada dos por tres. Por ello, si en nuestro entorno tenemos a una persona que de forma constante deriva en este tipo de dinámica, hay algo que debemos tener claro: el problema no lo tenemos nosotros, no somos los causantes de su malestar, el problema, en realidad, lo tienen ellos.
“Cualquier puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”.
-Aristóteles-
Cuando el enfado se convierte en su manera de ser, nada crecerá a su alrededor. Asimismo, si bajo esta piel está la soberbia y esa personalidad narcisista que todo lo desea controlar y que en todo desea hallar un beneficio, lo mejor que podemos hacer en estos casos es poner distancia y no perder energía confrontándolos.
Porque la soberbia no se cura discutiendo, se trata permitiendo que el soberbio se mire ante el espejo y se despoje de sus fauces de león y de su traje de puercoespín. Bajo todas esas pieles están sus fragilidades, sus recovecos de vacíos, sus laberintos de inseguridades e incluso, por qué no, hasta ese niño interior aún asustado que sigue respondiendo con rabia ante lo que no le agrada.
Los enfados frecuentes, lo creamos o no están a la orden del día en la vida de muchos adultos. Por tanto, vale la pena invertir tiempo, atención y buenas dosis de afecto en nuestros niños, en esos pequeños que ya desde edades muy tempranas se frustran con frecuencia y nos dicen aquello de “ahora me enfado y no respiro”.
Gestionemos bien estas situaciones, eduquemos de forma correcta.
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