Estira tu paciencia hasta donde ya no puedas más porque siempre nos enseñaron que el sacrificio está unido con la virtud, aunque ello implique anular nuestra vida y nuestros deseos. Puedes elegir esto. No pongas límites, pero has de saber que no recibirás jamás un “gracias” o un “lo siento” por ello. Que la gente se acostumbrará tanto a verte en un rol determinado, que no creerá que mereces respeto por todo lo que haces, por el sentido de tu propia lucha.
La consecuencia directa de soportar cosas que te duelen, palabras malintencionadas, golpes, abusos y negligencias no es otra que la de convertirte en la presa perfecta de la sabana urbana, en el cebo perfecto para todo tipo de depredadores.
El precio de no poner límites
Nadie te está culpabilizando por sufrir algún tipo de abuso o de haber atravesado una metamorfosis psíquica irreversible si no pudiste contar con la ayuda que necesitabas a tiempo. Hay gente que ha sufrido tanto que cree que solo sirve ya como un mero saco de boxeo.
Pensarás que al menos, si no se consigue tener fuerzas para seguir adelante por una misma/o, siempre se puede entregar la última fuerza de tu aliento, la rabia que esconden los anhelos de tus suspiros o el último esfuerzo de subir un escalón para ayudar a otro a conseguir completar su escalinata.
Nadie te está culpando por haber llegado a ese estado de indigencia emocional, a la sensación de que todo atisbo de magia y creatividad en tu interior ha sido engullido por las circunstancias. Pero, si aún tienes la suficiente lucidez para darte cuenta de que te hallas en este estado, quizás estés a tiempo para echar un paso atrás y poner el freno a ciertas situaciones.
Quizás te halles en ese maravilloso punto del camino en el que sabes que nadie vendrá a rescatarte, pero que tampoco es necesario. Estás a tiempo de lo que viene a llamarse “una cura exprés” del medio que te rodea. Un detox social, rico en vitaminas y exento de aditivos humanos oxidantes.
La importancia de “psicotizarse” para algunas personas
No faltan psicópatas en este mundo. Desgraciadamente, a veces son tremendamente difíciles de detectar. Otras son solo sombras tenues con algunos rasgos perversos. Injustamente, en ciertas ocasiones personas con carácter y que se niegan a callar la injusticia son peor tratadas que las primeras.
Por ello, el precio de no saber poner límites es muy alto. Este se eleva cuando nos negamos a ver la realidad que tenemos delante de nosotros. Cuando no sabemos detectar las ofensas y/o ponerles frente a tiempo. El olor de tu miedo al abandono, a la crítica o al estigma se convierte en el mejor aliado de los que no dudan en hacer tu debilidad su primera piel para amortiguar los golpes.
Tantos tipos de personas, tantas complejidades en las relaciones humanas que sería imposible conocer por qué unas funcionan de un modo y no de otro. Si todo se adhiriese a un guión o a un plan divino, qué poca gracia y sentido tendría todo.
Sin embargo, algunos patrones relacionales parecen repetirse una y otra vez. Los observamos, los combatimos, los sufrimos. Son aquellos caracterizados por un sistema comunicacional en el que ciertas personas no tienen voz. Patrones de relación en las que alguien no pone límites a su entrega aunque eso suponga su infelicidad.
Relaciones en las que una persona se niega el derecho de poder pensar primero en ella misma. El precio de no poner límites a las demandas, a las opiniones aleccionadoras que no han sido pedidas y a los malos modales es que tú jamás recibirás el más mínimo gesto de cortesía.
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No esperes nunca un “lo siento” o un “gracias” de alguien que hace ya mucho tiempo que sobrepasó los límites del abuso emocional contigo. Esas palabras de cortesía y de agradecimiento serán otorgadas a alguien que quizás sin dar nada, ya ha ganado la “prima dote” de todos los elogios.
Es un buen momento quizás para volver a recuperar tu piel, “psicotizarte” un poco, hasta el límite de ser tú la primera en tus planes y la primera en la lista de personas a las que poder hacer felices. Puedes dar todavía muchas sorpresas, saber poner cercos a tu aguante, rebelar la otra mejilla aún sin abofetear y clavar con acero tanto tus límites como tus limitaciones. No esperes nunca un “lo siento” o un “gracias” de quien ha permitido que te pongas de rodillas para que ella/él permanezcan erguidos. No se lo merecen.
LA MENTE ES MARAVILLOSA.
Autor: Doris Hernandez
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