El ser humano carga con la idea de que el amor de pareja es una especie de panacea, la respuesta definitiva a su soledad y la garantía de plenitud y felicidad. El padre del psicoanálisis también dice que cuando nos reencontramos con un gran amor, ocurre exactamente lo contrario. En lugar de sentirnos completos por fin, nos sentimos más incompletos que nunca. De pronto, se nos revela que necesitamos profundamente del afecto del otro.
“Todo lo que se da es pedir, y todo lo que se pide es amor”.
-Sigmund Freud-
Nadie puede negar que, en ocasiones, el amor de pareja se convierte en todo un acontecimiento para la persona que lo experimenta. No necesariamente genera un cambio radical en la vida, pero sí en la percepción. De pronto, el mundo parece más dotado de sentido y se conjura, por un tiempo, lo que Freud llamaba “pulsión de muerte”, ese deseo secreto de quedarnos quietos y no saber de nada para siempre.
Todo eso es, precisamente, lo que hace tan engañoso al amor de pareja. Te da la sensación de plenitud, pero también te hace sentir más necesitado que nunca. Te sube a las cumbres de la felicidad, pero también te genera, sí o sí, motivos de sufrimiento. Es una experiencia interesante y maravillosa que, sin embargo, no da una respuesta definitiva a nuestros vacíos, carencias y faltas de significado.
La ilusión de ser rescatado
La vida se desenvuelve en medio de muchas paradojas. En lo que tiene que ver con el amor de pareja, hay una dualidad desconcertante. Cuando alguien necesita mucho amor, no logra construirlo, ni afianzarlo, ni permitir que germine. Su propia carencia le lleva a generar una serie de distorsiones en su percepción, y en sus acciones, que impiden que la semilla del afecto crezca saludable.
Una persona con muchos problemas, grandes vacíos y confusiones necesita ayuda. En su interior no encuentra ni la tranquilidad, ni las respuestas que requiere para superar su malestar y su sufrimiento emocional. Por eso, el amor de pareja crea la ilusión de ser esa ayuda que tanto se busca. Sin embargo, más temprano que tarde se revela como insuficiente para ello.
Muchas desilusiones amorosas tienen que ver con esto. Haber creído que ese gran amor tenía el poder para rescatar de una situación en la que prima el malestar difuso. Y luego, darse cuenta de que no es así. O hacer inviable la relación, en razón a ese mismo malestar. El mismo ciclo puede repetirse infinidad de veces porque eso es, precisamente, lo que hace una persona neurótica: repetir indefinidamente las vivencias de las que quiere deshacerse.
El amor de pareja y su verdadera dimensión
No siempre quien está carente o necesitado de amor se comporta como alguien que busca afecto. Esa privación también da lugar a formas de ser cínicas o agresivas. Aparecen entonces aquellos que utilizan el sexo para encubrir su malestar, quienes se sumergen en el trabajo de forma adictiva o quienes se vuelven esclavos ciegos de un éxito egoísta y sin trascendencia.
Si una persona no tiene amor en su vida, enferma en alguna medida. Todos necesitamos de lazos afectivos significativos para vencer nuestro narcicismo y nuestra “pulsión de muerte”. Sin embargo, mientras que para algunos el amor de pareja sigue siendo esa tierra prometida a la que quieren llegar, para otros se convierte en el país del nunca jamás. El lugar donde no quieren estar, aunque tengan que pagar un precio alto.
En ambos casos, existe una idealización del amor de pareja. Ni da tanto, ni quita tanto. Es una experiencia más de la vida, no la experiencia fundamental. En cambio, sí hay otros vínculos que pueden rescatarnos, salvarnos de nosotros mismos y de los fantasmas que nos persiguen. Por ejemplo, el vínculo que podemos establecer con un psicólogo, es decir, el vínculo terapéutico. Freud decía que toda demanda de análisis era una demanda de amor. Y el profesional de la psicología está en capacidad de responder a ella, a través de un proceso sanador.
Edith Sánchez
https://wiravaslp.blogspot.com
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