Las personas, lo queramos o no, estamos obligadas a pasar por diversos duelos a lo largo de nuestras vidas. Y no nos referimos solo a una pérdida física, porque en realidad aquellas ausencias que se dan con mayor frecuencia son las relativas a las rupturas de pareja y, en especial, a los distanciamientos de aquellos seres importantes como son las propias amistades.
Por otro lado, algo que todos sabemos es que el ser humano está programado para socializar y empatizar, de ahí que necesitemos construir otras bases de apego diferentes a los vínculos románticos. Un amigo es apoyo de valor inestimable. Es esa relación que nos enriquece y que a su vez nos confiere una notable salud psicológica al poder crear una alianza para desahogar preocupaciones, aliviar el estrés y generar situaciones de positividad y reciprocidad.
Sin embargo, las relaciones como los huesos también se rompen. Es más, en ocasiones no es necesario que suceda nada en particular, el distanciamiento y la frialdad en las relaciones surge casi sin que nos demos cuenta. De manera especial, esto sucede al alcanzar la madurez, momento en el cual empezamos a ser más selectivos en nuestros vínculos e interacciones.
Es más, estudios, como el llevado a cabo en la Universidad de Oxford en Inglaterra, nos señalan que es a partir de los 30 cuando empezamos a primar la calidad frente a la cantidad en lo que se refiere a la amistad. No obstante, ver cómo de un día para otro se aleja de nosotros esa figura que nos eran tan querida, duele. Y lo hace tanto (o más) que cuando la ruptura se produce en el contexto de la pareja.
“La amistad es más difícil y más rara que el amor. Por eso, hay que salvarla como sea”
-Alberto Moravia-
El fin de la amistad, una ruptura a menudo no prevista
Hay un dato interesante que nos facilitan desde la Universidad de Tel Aviv sobre el que vale la pena reflexionar. Un estudio llevado a cabo por la doctora Laura Radaelli, nos señalan que las personas nunca tendremos datos suficientes para determinar quién será un verdadero amigo y quién no.
Es decir, en muchos casos tenemos que hacer un trabajo para asumir la incertidumbre que genera el hecho de que los amigos sean falibles. Aún más, en ocasiones nuestra amistad “percibida” no se corresponde con la amistad “real” que siente la otra persona; una idea que puede producir sufrimiento.
¿Por qué duele tanto el fin de una amistad?
El dolor por el fin de una amistad es proporcional a lo importante que fuese la relación perdida. No importa por tanto que esa persona estuviera a nuestro lado desde la infancia o que fuera un hallazgo reciente, ese tesoro humano que de pronto, dio una nueva luz a nuestra vida y que ahora marca distancias. Perder o dejar ir a esas figuras resulta doloroso por las siguientes razones:
Perdemos un soporte emocional. Nos desvinculamos de alguien que nos ofrecía un tipo refuerzo que otras personas cercanas no nos daban o no lo hacían en el mismo.
De un día para otro, se va un espacio de complicidad, así como ese refugio donde relativizar penas y compartir alegrías.
Por otro lado, hay otra fuente de dolor destacable. Hablamos de la ruptura de unas expectativas. De algún modo, solemos dar por sentadas ciertas relaciones. En ocasiones hasta damos más por afianzados los lazos de amistad que los de pareja, no los cuestionamos y creemos que son y serán siempre ese faro en el horizonte.
Por último, y no menos importante, el fin de la amistad puede resultar traumática para muchas personas porque puede darse también una ruptura de la lealtad. Un ataque a la confianza, es sin duda la herida que más duele. Ver o descubrir que somos traicionados, engañados o que se comporte información privada con terceros, origina una decepción muy profunda.
¿Cómo afrontar la ruptura de una amistad?
Asumir el fin de una amistad, si esta nos era muy significativa, implica pasar un duelo. Así, y aunque a menudo oigamos aquello de que los amigos vienen y van, en realidad, hay relaciones que dejan una huella mayor que otras. La idea, por tanto, es quedarse con todo lo vivido y aprendido, dando prioridad de memoria a los buenos momentos compartidos.
Si focalizamos la mirada en la desilusión, el esfuerzo que tendremos que hacer para pasar página será mayor. Los rencores son malos compañeros de viaje; ponen límites, siembran desconfianzas y alzan muros frente a la oportunidad de seguir socializando.
Decía Robert Louis Stevenson que un amigo es un regalo que uno mismo se hace. Él lo tuvo en el también escritor Henry James. Apenas se vieron más de dos o tres veces durante sus vidas, pero mantuvieron una amistad postal que les sirvió de gran apoyo a ambos en los momentos más difíciles.
No es fácil hallar a esas personas a medio camino entre un tesoro y un faro de luz. Sin embargo, las hay, están ahí, a nuestro alrededor, solo debemos permitirnos confiar de nuevo.
Valeria Sabater
Atrévete a ser feliz.
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