La mayoría de nosotros hemos tenido una experiencia similar. Una donde nos hemos acercado a alguien que creíamos significativo para darle una buena noticia, para compartir con él o ella algo bueno que nos había ocurrido. Al instante, percibimos tirantez, cierta falsedad o esa incomodidad que de pronto revela un fallo en la conexión; una disonancia en emociones y reciprocidad.
Sentir malestar ante la felicidad ajena revela algo más profundo que la sombra de la envidia. En ocasiones, es un golpe a la autoestima. Es también tomar conciencia de que otros logran superarse y alcanzar metas mientras uno mismo sigue cercado en sus inseguridades. No es fácil tolerar la alegría ajena cuando en sus mentes habita la frustración constante.
Desear el bienestar ajeno y celebrar los triunfos de los demás es un ejercicio de bienestar. No tiene nada que ver con principios éticos, morales, religiosos o espirituales. En realidad, detrás de este deseo expreso hay una base psicología tan válida como interesante que nos explican los estudios científicos. Veámoslo.
“El amor es la condición en que la felicidad de otra persona es esencial para ti”.
-Robert A. Heinlein-
Desear que los demás sean felices, el altruismo que emerge de un corazón tranquilo
Hace solo unas semanas la Universidad del Estado de Iowa realizó un estudio tan interesante como curioso. El doctor Douglas A. Gentile y su equipo el departamento de psicología, seleccionaron a un grupo de personas que habían sido diagnosticadas con estrés y ansiedad. Les entrenaron durante varios días en una técnica bastante sencilla que resultó tener buenos resultados.
Se trataba, simplemente, de salir a caminar cada día entre 15 y 20 minutos.
Mientras lo hacían, efectuaban lo que se conoce como la técnica kinhin, que consiste en un ejercicio de meditación mientras la persona anda, corre o lleva a cabo algún tipo de práctica física.
Asimismo, y mientras estos pacientes realizaban esta caminata, los psicólogos les pidieron que intentaran experimentar bondad, calma y bienestar.
Para ello se les pidió simplemente que desearan felicidad a todas aquellas personas con las que se cruzaran. Así, el simple hecho de proyectar en los otros un deseo expreso de bienestar y positividad revertía a su vez en su propio bienestar. La mente reducía la carga de preocupaciones y pensamientos obsesivos. La calma interna y el hecho de focalizarse en un sentimiento de afecto, generaba confort y satisfacción.
Higienizar pensamientos a través del enfoque de la bondad
El doctor Douglas Gentile comprobó con este experimento tres cosas. La primera, que el nivel de ansiedad y estrés se reducía de manera significativa. Y que esto ocurriera no era solo por el simple ejercicio físico. Era básicamente por cambiar el diálogo interno de la persona y ante todo, su enfoque emocional. Era pasar de la negatividad interna a estimular ese esfuerzo mental por proyectar bondad.
Desear que los demás sean felices, sin importar que quienes se cruzaran ante ellos fuera unos completos desconocidos, aumentaba su empatía y los sentimientos de conexión social. De pronto, se fijaban más en los rostros ajenos, abrían su mirada al exterior y en especial, al factor humano para conectar con él.
Desear que los demás sean felices nos libera de pesos innecesarios
En psicología, hablamos del efecto boomerang o principio de la acción para explicar cómo algunos actos, palabras o pensamientos generan algún tipo de consecuencia. Así, algo tan elemental como ser capaces de desear que los demás sean felices tiene siempre un impacto en nosotros mismos.
Hay una recompensa emocional y hay también un tipo de catarsis. Pensemos en ello; imaginemos, por ejemplo, que tenemos un compañero de trabajo muy envidioso. Es una de esas personas que siempre nos mira de soslayo demostrando cierta incomodidad por nuestro buen hacer y competencia profesional.
Si nosotros imitáramos su comportamiento, crearíamos una retroalimentación donde el malestar, el negativismo y la confrontración nos abocarían a un estado de estrés bastante incómodo. Por contra, desearle el bien, relaja. Aceptar que cada cual es como es y desearle que sea todo lo feliz que pueda dentro de sus posibilidades, nos quita pesos, higieniza la mente y evita hostilidades inútiles.
Por tanto, ese famoso refrán de ‘haz el bien sin mirar a quien‘, también puede reformularse como ‘desea felicidad sin mirar a quien’. Porque el simple hecho de proyectar pensamientos positivos mejora nuestra química cerebral, cambia el diálogo interno y nos obliga a hacer ese esfuerzo mental con el que abrirlos un poco más a los demás. Pongamos en práctica este sencillo consejo de salud y conexión humana.
Valeria Sabater
Atrévete a ser feliz.
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