El
concepto de Maya, conocido por los antiguos videntes de la India, establece que
el mundo material que percibimos, que nos parece tan sólido, tan ineludible, y
con una existencia real, tan independiente y completamente separada de
nosotros, no es sino el reflejo, la proyección cuántica en un universo de
energía, de nuestro propio pensamiento, de nuestra percepción.
El
concepto de Maya ha sido interpretado, sobre todo en el Budismo, como
"Ilusión". Pero no es que el mundo que vemos sea exactamente una
ilusión, en términos de irrealidad. El mundo que vemos es completamente real
mientras creemos en él, aunque es una fabricación de nuestra propia mente.
Aquello en lo que ponemos nuestra creencia, aquello en lo que ponemos nuestra
fe, es nuestro mundo, con absoluta realidad para nosotros.
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El
concepto de Maya es una verdad corroborada completamente por la ciencia
moderna, especialmente por la física cuántica. Lo que la física cuántica ha
encontrado y asombrosamente demostrado, es que la realidad de la materia es no
materia. Que cuando van a buscar la última partícula, la última pieza, el
último ladrillo componente de la materia, lo único que encuentran es vacío. Lo
único que encuentran es un mar infinito e indefinible de energía, un campo
unificado de energía, un campo de infinitas posibilidades, donde todo está
interconectado, independientemente de la distancia, donde rigen unas leyes
diferentes a las experimentadas en nuestro mundo de la materia, y donde... la
energía responde a la mente y a las emociones humanas. De esta forma, la
ciencia, corrobora el antiguo concepto de Maya y demuestra el gran poder
creativo del pensamiento humano, que no es otro que el Poder del Espíritu, del
Universo, de Dios en nosotros.
Este
poder podemos utilizarlo desde la creencia de la mente dormida y separada de
todo lo que la rodea, desde la identificación con el ego, la entidad
inconsciente y automatizada que ha dominado la mente humana durante milenos, o
desde la Mente Superior, la conexión con el Ser que realmente somos, el Poder
de Dios en nosotros.
Todo
el trabajo del Yoga, del Budismo, ha sido siempre trascender esa mente pequeña,
el ego, para, principalmente en el Tantra, a través del corazón acceder al
poder del Cristos en nosotros (Cristo = El ungido, por el Espíritu).
Cada
uno de estos lados da origen a un mundo diferente.
El
ego, la mente ordinaria, unida al miedo, a las emociones, a la separatividad,
da origen a un mundo de muerte, de enfermedad, de sufrimiento y de guerra. El
mundo del tiempo, donde la mente humana ha estado atrapada por milenios. La
mente dormida, encerrada en la habitación del sótano de un gran palacio con
múltiple moradas, y olvidada de su propia identidad. Es la prisión de la mente,
descrita perfectamente en una de las principales canalizaciones de los últimos
años en el mundo del cine: MATRIX (1).
El
ego es una entidad que se ha ido formando en la mente humana, llegando a tomar
autonomía propia y esclavizándola a todo el mundo de creencias que alberga. De
esta forma, el ser humano en general, ha estado utilizando todo el poder
cuántico del universo, desde esa visión restringida de sí mismo y de lo que le
rodea.
Desde
el otro lado, la mente que se ha sanado a sí misma, la mente que ha dejado
atrás el ego y ha conectado con el Ser Superior, que se ha entregado y rendido
al poder del Espíritu, el mundo al que se da origen es un mundo ligado al
Verdadero Poder: el poder de Dios en nosotros. Este poder es un poder ligado al
amor, a la unión con todo, a la intemporalidad, a la verdadera creación, a la
Dicha. Es lo que el Yoga ha denominado siempre como la Realización (hacer
realidad) de Dios en nosotros y ha ligado siempre al concepto de "Ananda"
(dicha), "Satchidananda" (existencia absoluta, conocimiento absoluto
y dicha absoluta).
Ese
es el trabajo de la Iluminación o el Despertar, donde la humanidad se encuentra
ahora ineludiblemente.
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