Frente al hábito
continuado de relaciones de ‘usar y tirar’, una perspectiva a largo plazo
nos permite gozar de la relación de pareja en toda su profundidad.
Sucede a veces
que los intercambios amorosos de corta duración son elegidos voluntariamente.
Es el caso de los singles vocacionales. Pero también ocurre a menudo que la
persona se ve empujada hacia relaciones temporales que desgastan su ilusión en
un proyecto de mayor compromiso. La irrupción de internet como vehículo para establecer
contactos ha hecho que muchas personas, especialmente a partir de los 30 años,
empiecen por el sexo y piensen luego en la intimidad. Así, lo que al principio
es un juego divertido y excitante acaba siendo una fuente de frustración.
Porque hay que decir que incluso los singles más convencidos sueñan, antes o
después, con una pareja estable con la que compartir la vida.
¿Cuánto dura el
amor?
Al buscar el porqué del carácter efímero de muchas relaciones amorosas, algunos
científicos se han centrado en el estudio de las feromonas –las hormonas de la
felicidad–, que, al parecer, sólo garantizan siete años de pasión. Esta
expectativa discutible es reducida aún más por algunos pesimistas, como
Fréderic Beigbeder, el polémico autor de 13,99 euros. En su novela El
amor dura tres años, Beigbeder prevé la siguiente hoja de ruta en el
desarrollo de toda relación: en el primer año, el enamoramiento hace que los
miembros de la pareja disfruten de los aspectos positivos de la relación. En el
segundo, hacen cada vez menos el amor, pero no lo consideran grave. En el
tercer año, emergen los verdaderos problemas, que, o bien se saldan con la
ruptura, o bien, con la apatía. Si la pareja no se atreve a romper, según el
autor francés, empieza el juego de las infidelidades para compensar las
carencias de la relación.
Precisamente,
sobre esta vía de escape se ha hecho recientemente una encuesta entre hombres y
mujeres, y los motivos más mencionados para buscar satisfacción fuera de la
pareja fueron la decepción con el compañero, la falta de actividad sexual, una
baja autoestima o, simplemente, la curiosidad.
Beigbeder afirma
que nuestra poca tolerancia hacia las limitaciones de la pareja es lo que nos
lleva al zapping amoroso, cambiando de compañero o compañera como quien cambia
de canal. Según el autor, “existe una gran contradicción entre el amor y el
mundo actual, donde la civilización del deseo, siempre hedonista, destruye los
sentimientos. Es un rasgo generacional y especialmente masculino esta enorme
dificultad para pasar el resto de la vida junto a la misma persona. Entre el
placer a corto plazo y la felicidad, la sociedad nos impulsa a elegir lo
primero. Vivimos en la era del zapping amoroso. Consumimos muchos productos
constantemente y eso nos conduce a consumir también personas.”
La resiliencia
sentimental
Al igual que sucede con la televisión, el zapping amoroso puede provocarlo el
aburrimiento o la saturación de estímulos. Sin embargo, existe otro factor que
puede ser incluso más destructivo en las relaciones estables: la falta de
paciencia.
Con todos sus defectos y limitaciones, las parejas de la generación de nuestros padres y abuelos tenían una visión compartida a largo plazo. Sobre todo en los países en los que no existía la posibilidad de divorciarse, por muchos problemas que tuviera la pareja, a menudo no quedaba más remedio que armarse de paciencia y esperar a que pasara la borrasca. Es cierto que la imposibilidad de separarse generaba frustración en muchos casos, pero hay que reconocer que, en otros, permitía una regeneración basada en la paciencia y el esfuerzo.
Con todos sus defectos y limitaciones, las parejas de la generación de nuestros padres y abuelos tenían una visión compartida a largo plazo. Sobre todo en los países en los que no existía la posibilidad de divorciarse, por muchos problemas que tuviera la pareja, a menudo no quedaba más remedio que armarse de paciencia y esperar a que pasara la borrasca. Es cierto que la imposibilidad de separarse generaba frustración en muchos casos, pero hay que reconocer que, en otros, permitía una regeneración basada en la paciencia y el esfuerzo.
Muchas parejas
de ancianos que hoy nos causan admiración por el respeto y armonía que
demuestran pasaron por todo tipo de crisis emocionales. En el extremo
opuesto de la resiliencia sentimental está la baja tolerancia de las parejas
actuales ante los problemas cotidianos. Así como en el pasado un matrimonio
podía pasar por periodos de desencuentro que se prolongaban meses, hoy en día,
a veces basta con un par de conflictos que no se resuelvan en seguida para
tirar la toalla. Tal vez eso se deba a que se espera encontrar una situación
más favorable con otro compañero o compañera de vida. Pero lo cierto es que con
la ruptura, se evita muchas veces afrontar una carencia personal que hará
fracasar otras relaciones. Se entiende erróneamente que la culpa viene de
fuera, con lo que se anula cualquier esfuerzo para cambiar.
Antes de que eso
suceda, merecería la pena preguntarnos qué hemos hecho mal o, mejor aún, qué es
lo que no hemos hecho para salvar la relación. Sobre esto, la escritora Anaïs
Nin opinaba: “El amor nunca muere por causas naturales. Muere porque no sabemos
rellenar su fuente. Muere de ceguera emocional, de nuestros errores y
traiciones. Muere a causa de nuestras enfermedades y heridas del corazón, de
cansancio, por falta de riego. Cuando se vuelve opaco y deja de brillar,
entonces el amor muere.” Esta visión del amor es una invitación a tomar parte
activa en su vitalidad. Así, en lugar de medir su ciclo natural en años o
feromonas, se trata de decidir cómo queremos que sea nuestra relación.
Boris Cyrulnik
asegura en sus ensayos sobre la resiliencia que, por pésima que sea la
situación de partida –por ejemplo, a causa de un pasado traumático–, nadie está
condenado a fracasar en su trayectoria vital. Del mismo modo, toda pareja tiene
la capacidad de superar sus dificultades, aprender de ellas e iniciar una nueva
etapa con más sabiduría y complicidad. De hecho, este neurólogo francés que
conoció los campos de concentración incide en la importancia de la pareja
estable para sanar las heridas más profundas. Y es que tras estudiar cientos de
casos, llegó a la conclusión de que un vínculo afectivo fuerte puede devolver
la confianza en la vida a personas que han padecido grandes maltratos y
humillaciones. Esto es así, en palabras del propio Cyrulnik, porque “el amor es
fundamental para reconstruirnos”. Para ello, sin embargo, es necesario apostar
por un compromiso emocional sólido.
Miedo al
compromiso
Buena parte de los abonados al zapping amoroso no llegan a profundizar nunca en
sus relaciones por el endémico miedo al compromiso. En especial, aquellas
personas que vienen de experiencias de pareja traumáticas se cierran en banda y
huyen despavoridas ante el intento del otro de lograr una mayor implicación. Según
la psicóloga Silvia Salinas, coautora del libro Amarse con los ojos
abiertos,detrás del miedo al compromiso se oculta, en realidad, el temor a
entregarse al otro incondicionalmente. Como no podemos prever qué sucederá en
la relación ni si resultaremos dañados, muchos adoptan una postura defensiva.
Es una
problemática en la que convergen dos temores que se complementan: el miedo al
abandono y el miedo a la invasión. La terapeuta apunta que “la situación más
conocida, aunque bien puede darse al revés, es aquélla donde la mujer sufre el
miedo al abandono y el hombre a la invasión. En este caso, la mujer, que abriga
el temor a ser abandonada, se protege de esa posibilidad mediante la acción y
despliega estrategias de acercamiento que supuestamente evitan el abandono. Ese
movimiento hace que el hombre se sienta invadido, golpeando justamente en su
miedo básico y se genera un alejamiento preventivo que realimenta la sensación
de abandono cerrando el círculo vicioso”. Se trata de una dinámica compleja,
sobre todo por la manera en la que repercute en posteriores relaciones. A quien
ha sufrido el abandono se le encienden todas las alarmas al menor signo de duda
por parte del otro, mientras que quien está condicionado por el miedo a la
invasión se pone a la defensiva cada vez más pronto. Para evitar ambos
extremos, la solución es hallar un equilibrio en el que haya una zona de
encuentro y otra de intimidad personal.
Compartir la
libertad
En su libro El secreto de la seducción, María del Carme Banús
explica que, además de la falta de comunicación y de confianza, una pareja
puede entrar en crisis porque ha levantado sus cimientos en una de estas
situaciones extremas:
1. Todo es
común. Dos
personas que tratan de hacerlo todo juntas y raramente dejan entrar en el círculo
a terceras personas. Aspiran a pensar y a actuar como un solo organismo, hablan
siempre en plural y nunca muestran desacuerdo en nada. Pero la pareja un día se
rompe. ¿Qué ha sucedido? Probablemente se han asfixiado, porque el mundo de la
pareja era tan estrecho que no permitía a cada uno desarrollar su
individualidad. Cuando el aire se ha hecho irrespirable, uno de los dos pincha
la burbuja.
2. Todo es
privado. Dos
personas que tienen tanto miedo a perder la libertad que, aunque son pareja,
tienden a actuar por separado. Cada miembro tiene su propio círculo de amigos y
sale con ellos por su lado. Raramente comparten hobbies e intereses, y basan la
relación en el respeto por el espacio del otro. Todo parece ir de maravilla
hasta que un día se termina. ¿Qué ha sucedido? Ambos se han desarrollado de un
modo tan individual que se han distanciado. Cada uno ha seguido su evolución
egoístamente y ahora no hay un espacio común mínimo sobre el que construir la
relación.
Para evitar el
zapping amoroso de una forma inteligente, hay que huir de ambos extremos y
buscar el equilibrio entre la vida privada y la de pareja. Disponer de un 50%
de mundo propio permite alimentar el otro 50% –el de la pareja–, con lo que al
final, los descubrimientos de cada uno acaban revirtiendo en el núcleo afectivo
y reforzando los lazos.
Naturalmente,
este equilibrio no nos garantiza un trayecto en común libre de baches y
sobresaltos, pero nos ayudará a minimizar los altibajos porque cada persona se
apoyará sobre sus propios pies. Cuando en lugar de dos medias naranjas, cada
miembro de la pareja es una naranja entera, los dramas se relativizan, así como
la tendencia a culpabilizar al otro.
Inevitablemente,
en toda relación de largo recorrido hay altibajos; es decir, momentos en los
que nos sentimos más cerca de la pareja y periodos en los que nos refugiamos en
nuestro espacio individual. Si somos conscientes de ellos y los aceptamos con
naturalidad, tendremos una visión a largo plazo que nos permitirá vivir la más
excitante aventura al alcance de un ser humano.
La escritora Madeleine L’Engle lo resume así: “Hay tiempos en los que el amor parece haber terminado, pero estos desiertos del corazón son simplemente el camino hasta el próximo oasis, que es mucho más frondoso y bello después de haber cruzado el desierto.”
La escritora Madeleine L’Engle lo resume así: “Hay tiempos en los que el amor parece haber terminado, pero estos desiertos del corazón son simplemente el camino hasta el próximo oasis, que es mucho más frondoso y bello después de haber cruzado el desierto.”
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