En este artículo os ofrecemos un recorrido por la neurobiología del miedo. Y se describen los límites entre las conductas naturales del miedo y las patológicas del mismo, así como algunas alternativas terapéuticas en su tratamiento.
Alberto, pasa días y noches pensando en que quiere hacer una y mil cosas en su vida, pero casi siempre le detiene un pensamiento que le paraliza; el miedo a morir (necrofobia).
Toño, es aparentemente una persona sociable, pero en la mayoría de las ocasiones trata de evitar el contacto con las personas. Tiene amigos que lo consideran como raro, pero en lo más interno de su ser, él ha sido diagnosticado desde la adolescencia con una condición denominada: fobia social.
Bety, es una mujer muy atractiva en todos los sentidos, pero nadie se explica cómo soporta a su pareja quien le trata muy mal. Ella piensa que es mejor pagar ese precio para no estar sola, tiene miedo a quedarse sola (autofobia).
Margarita, va a presentar su examen de grado, ella considera que es el más importante de su vida. A pesar de sentir miedo, trata de relajarse con música, ejercicios de meditación y de visualización creativa. Su cuerpo se encuentra tenso, pero en su diálogo interno sabe que podrá lograr su meta deseada (solo experimenta un poco de ansiedad).
¿Qué tienen en común todos estos personajes? Viven la emoción del miedo en diferentes grados. En ocasiones podemos controlarlo, pero desafortunadamente en otras el propio miedo gobierna sus vidas y desafortunadamente puede llegar a ser incapacitante.
Contenido
Qué es el miedo
El miedo es de las pocas emociones que compartimos con los animales en nuestra escala evolutiva. Todas las emociones tienen una función de adaptación. Algunas desventajas de sentir miedo son: reprime nuestra parte lúdica, nos puede paralizar, frena nuestra creatividad, nuestras capacidades potenciales y además nos hace infelices. Las emociones están ahí para ser sentidas, pero no necesariamente sabemos controlarlas. Si no sintiéramos emociones seríamos como autómatas, zombis o robots.
El miedo y el temor, sirven de protección y señal de alarma (Vass, 2019, pág. 5).
El miedo, es una de nuestras emociones más primitivas y posiblemente la más fuerte porque está implicada nuestra supervivencia, vive en lo más profundo de nuestro ADN. En una situación de emergencia nos mantiene a salvo, pero también si somos presa del miedo puede alterar significativamente nuestras vidas. Nos ayuda a tomar decisiones y también en situaciones extremas, nos vuelve torpes o agresivos.
Las emociones son tan importantes en nuestras vidas que llegan a construir rasgos de personalidad. Cuando pensamos en las personas que conocemos seguramente decimos “es una persona muy” … alegre, cariñosa, amable, ansiosa, triste, rabiosa, miedosa, etc. Es decir, asignamos como rasgo de personalidad la emoción que manifiesta con más frecuencia. Una tendencia a responder con ira, sin relación con la situación presente, es un rasgo de personalidad. Esto significa que vamos construyendo nuestra personalidad con las emociones que exteriorizamos. Y muchas veces no somos conscientes de ello (Bisquerra, 2017, pág. 43).
Definiendo el miedo
El miedo forma parte de nuestras emociones básicas. Las otras son: el asco, la sorpresa, la alegría, el enfado y la tristeza. Y, todas ellas tienen una función adaptativa en especial.
El miedo es una reacción de la respuesta primitiva del cuerpo de pelear o huir (Boyes, 2007, pág. 21).
El miedo es una emoción que se experimenta ante un peligro real e inminente que se vive como arrollador y que pone en riesgo la salud y la vida (Bisquerra & Laymuns, 2018, pág. 108).
Es una emoción intensa activada por la detección de una amenaza inminente, involucra una reacción de alarma inmediata que moviliza al organismo mediante la generación de un conjunto de cambios fisiológicos (APA, 2010, pág. 316).
Como puede observarse el miedo se puede experimentar ante un peligro real inminente, o simplemente imaginado, es una respuesta primitiva para salvaguardarnos de algún daño, tiene una intensidad que puede ser leve o aguda, también se caracteriza por ser una experiencia única o crónica, activa mecanismos psicosociales, así como fisiológicos que alteran la vida de quien lo padece. Si las emociones no se pueden gestionar y las dejamos libres, se convierten en una fuente de conflicto (trastornos mentales o relaciones tóxicas con nosotros mismos o con otras personas), si las guardamos se somatizan y también nos traerán problemas psicosomáticos.
La estructura lingüística semántica y polisémica de las emociones
Desde el libro clásico de Daniel Goleman (1995) sobre la inteligencia emocional ya se proponía que las emociones más bien formaban familias, muy posiblemente descritas por el grado de intensidad semántica y fisiológica en las que se presentaban, el miedo era clasificado como temor y de ahí se derivaban grados de severidad en la experimentación de la emoción:
Nerviosismo, preocupación, inquietud, aprensión, inquietud y cautela.
Ansiedad, consternación, incertidumbre y miedo.
Pavor, terror, fobia y pánico en un nivel psicopatológico y discapacitante (la clasificación es mía).
Bisquerra & Palau (2017), realizaron una interesante clasificación más recientemente para describir las emociones. Detectaron de las seis emociones básicas, más de 300. Especialmente en relación al miedo, encontraron más de 18 acepciones en su versión española, las cuales se describen a continuación (nuevamente la clasificación en relación a su intensidad, de menor a mayor, es mía):
Acojonado, Alerta, Canguelo, Indecisión, Inhibición, Medroso, Miedo, Negación, Sumisión, Susto, Temor, Vacilante.
Desorientación, Alarma, Amedrentado, Cagado, Coacción, Cobardía, Espanto, Sobrecogimiento.
Fobia, Atacado, Despavorido, Horror, Pánico, Pavor, Terror.
El aprendizaje lingüístico, semántico y polisémico, es que las diferentes variantes en cómo expresamos nuestro miedo, difieren en su concepto lingüístico, pero denotan la intensidad con el que se vive. Esto a final de cuentas se traducirá en la gravedad de cómo nuestro cerebro captará la emoción del miedo y actuará en consecuencia. Trae aparejadas connotaciones también culturales, en México el miedoso es el zacatón o el marica, por ejemplo.
Nuestros miedos o temores
El miedo forma parte de algunos de nuestros trastornos de ansiedad y es un componente esencial en nuestras fobias. Los trastornos provocados por el miedo son la razón de ser de las enfermedades psíquicas más comunes.
Las fobias son miedos irracionales y continuos de un objeto (tripofobia, miedo a los agujeros negros), un animal (musofobia, miedo a las ratas), una actividad o una situación (agorafobia, miedo a los espacios abiertos) en particular (Halguin & Krauss, 2004. pág. 597). Por su parte, los estados de ansiedad (como el trastorno obsesivo compulsivo) provocan reacciones incontrolables o de pánico que se adueñan del pensamiento en muchos ámbitos. La persona afectada se haya a veces en condiciones de describir lo que le angustia, pero no puede explicar las causas (Vass, 2019, pág. 7).
Cómo seres humanos tememos a diversas situaciones consciente o inconscientemente y en muchos los casos gobiernan nuestras vidas: el miedo a enfermar (hipocondría), a la muerte (necrofobia), a la pérdida de un ser querido (tanatofobia), a las alturas (acrofobia), al propio miedo, al fuego (arsonfobia), a dormir (somnifobia), a la soledad o a estar solo (autofobia), a la interacción social con las personas (fobia social), a enamorarse (filofobia), a fracaso (atiquifobia), miedo a las personas feas o a la fealdad (cacofobia), miedo a los espacios abiertos y a las multitudes (agorafobia), miedo a los agujeros negros (tripofobia), al futuro (cronofobia), al cambio, a la crítica, a no cumplir nuestras metas, a las alturas a los animales (por ejemplo; animales en general-zoofobia, insectos-entomofobia, ratas o ratones-musofobia o serpientes), al dolor (algofobia), miedo a la vida, en fin la lista es casi inagotable.
El límite entre la salud y la enfermedad
Sin embargo, ¿hasta dónde queda la frontera entre el miedo “normal” y el “miedo patológico”. Es importante resaltar que cada una de estas tiene etiologías múltiples, pero existen zonas del cerebro especializadas en detectar el miedo y en la mayoría de los casos pueden ser tratadas, para vivir una vida más plena.
Es natural que todos lleguemos a tener una cierta dosis de miedo al enfrentarnos a nosotros mismos o alguna situación específica (convivencia con los demás o ante alguna situación ambiental, por ejemplo), incluso puede llegar a tener un componente positivo paradójicamente hablando. Nos sentimos bien cuando enfrentamos un evento que nos produce miedo, el cuál creíamos no poder hacerlo. Otro aspecto positivo, es que enfrentar el miedo nos previene de situaciones posteriores más dolorosas, este es el caso cuando las personas acuden al médico, si éste detecta alguna enfermedad, puede ser tratada y sanada a tiempo.
Las emociones están ahí para ser sentidas y adaptarnos a diversas circunstancias sociales, luego entonces es “normal sentir miedo” frente a algunas circunstancias ya sean estas imaginadas o presenciales. Sin embargo, si a pesar de ello podemos controlar nuestros miedos, podremos seguir adelante con nuestra vida. En contraparte, la emoción del miedo se convierte en un problema cuando el miedo nos controla o nos domina (nos convertimos en personas tóxicas), cuando el miedo es totalmente infundado, cuando por asociación se queda instalado en nuestro cerebro o cuando se mantiene constante en nuestras vidas y llega a limitar o incapacitarnos para realizar nuestras labores cotidianas (se convierten en trastornos mentales o fobias).
Reacciones ante el miedo
Fisiológicas:
Rigidez muscular, temblor en general del cuerpo, la piel se pone pálida, se presenta piloerección, es probable sudar frio. Latido del corazón rápido, redirección del fujo sanguíneo de la periferia hacia las vísceras y movilización general del organismo para realizar una acción: luchar, huir o quedarse petrificado de miedo.
“El miedo también se demuestra en la cara a través del aumento del parpadeo de los ojos y también con una mirada fija de lamparita de luz, los párpados se estiran hacia arriba y los globos oculares salen hacia afuera. Las pupilas se dilatan. La boca está tensa y se estira hacia atrás. Los labios tiemblan y puede ser que los dientes castañeen. A veces se realiza la acción de aclarar la garganta y el ritmo de la respiración puede aumentar mientras se produce adrenalina en el cuerpo” (Boyes, 2007, pág. 21). Latido del corazón rápido, redirección del flujo sanguíneo.
Psicológicas: la atención se fija en las amenazas cercanas y nuestras memorias evalúan si ya antes hemos pasado por una situación similar. Podemos entrar en una situación de incomodidad, ansiedad hasta subir a sentir pánico.
Conductuales: Luchar, huir o quedarse inmóvil.
Sociales: Si podemos evitar el miedo, es muy probable que nos quedemos en casa para no enfrentar algún estímulo que potencialmente ponga en peligro nuestra identidad y nos ponemos a salvo. Sin embargo, mientras más evitamos el miedo, este más se fortalece.
El miedo en nuestro cerebro
Anteriormente se pensaba que principalmente se activaba casi en exclusiva la amígdala cerebral. Es como un cerebro dentro del cerebro, del tamaño de una almendra y una en cada hemisferio cerebral.
Sin embargo, en la neurobiología del miedo, Rüdiger Vass (2019) describe la siguiente ruta en donde intervienen muchas más estructuras cerebrales, en resumen:
Ante un estímulo que produce miedo, ya sea interno o externo, la amígdala recibe informaciones del tálamo.
En la amígdala se queda grabado el miedo normal y el patológico. Produce miedo o agresión. Si se daña produce sumisión o aplanamiento afectivo. Detecta estímulos buenos y malos. Es la región más importante en la memoria del miedo. Se activa ante los estímulos que provocan el temor y los trastornos de ansiedad.
El tálamo es una estructura ovalada que transmite información de nuestros órganos de los sentidos (vista, tacto, gusto, olfato, oído) a la corteza cerebral (es la parte más grande evolutivamente). La comunicación entre la corteza y el tálamo es recíproca y bidireccional. Tiene funciones sensitivo motoras, estas pueden ser estímulos mecánicos, térmicos y dolorosos. Está involucrado a nivel motor en movimientos voluntarios e involuntarios e incluye la marcha. Involucra la atención en el ciclo de sueño-vigilia. En el lenguaje es sus aspectos motores y sus alteraciones sintácticas. Se divide en 4 zonas: 1) Anterior, la cual participa en la memoria y las emociones, 2) Medial, está dividida en tres zonas que involucran la memoria, 3) Ventral, se encarga del control motor y 4) Posterior, se divide a su vez en tres partes.
1) Geniculado medial, es un componente del sistema auditivo.
2) Geniculado lateral, recibe información de la retina y la envía a la corteza visual.
3) Geniculado pulvinar, proyecta a áreas de asociación parieto-occipito-temporal más desarrolladas en los humanos.
La amígdala remite señales a la corteza cerebral y ambas se retroalimentan.
El núcleo central de la amígdala, recibe informaciones de la corteza, del hipocampo y el tálamo.
El hipotálamo aumenta la presión sanguínea y regula la liberación de hormonas del estrés; el tronco encefálico y el mesencéfalo transmiten la rigidez vinculada al terror y las reacciones derivadas del espanto.
El hipotálamo gobierna el sistema hormonal y es un puente con las neuronas. Ante una situación de amenaza libera entre otras hormonas cortisol, la hormona del estrés y prepara al organismo a la lucha.
El hipocampo, es el director de orquesta de nuestras diferentes memorias.
Los núcleos laterales e inferiores reciben señales del tálamo y dirigen las diferentes formas de comportamiento, como el cambio de sentido en la huida.
Lo anterior nos indica, que no existe una región exclusiva donde se produzca y se haga consciente el miedo. Más bien procede de diferentes áreas a nivel cerebral y de la retroalimentación entre ellas.
Las aproximaciones teóricas
Desde el punto de vista del psicoanálisis los miedos corresponden a conflictos inconscientes.
Para los conductistas los miedos se originan por factores externos (estímulos) que se asocian a dicha conducta (respuesta).
Para los psicólogos cognitivos, se deben a una distorsión cognitiva que se ha aprendido y es necesario desaprenderla.
Tratamientos
Existen diferentes terapias, cada una de ellas obedece a diversas estrategias para trabajar con el miedo, no existe una que sea la más eficaz, son simplemente métodos de tratamiento.
Psicológicos
Control emocional con técnicas de relajación y meditación. Los objetivos de la meditación se solapan con muchos de los de la psicología clínica, la psiquiatría, la medicina preventiva y la educación. Según indican cada vez más datos, la meditación puede ser un tratamiento eficaz para la depresión, el miedo y el dolor crónico y, además ayuda a cultivar una sensación de bienestar (Ricard, Lutz & Davidson, 2014).
Los pensamientos crean realidad en lo bueno y en lo malo. Las expectativas negativas generan efectos perjudiciales y malos resultados (efecto nocebo), mientras que las expectativas positivas generan efectos placenteros (efecto placebo). Irving Kirsch (2012), señala: “la manera en que nos sentimos depende en gran medida de cómo anticipamos que nos sentiremos”.
Se han utilizado como alternativas la hipnosis, el uso del campo electromagnético pulsante de baja frecuencia que equilibra las cargas eléctricas del cuerpo a nivel celular, la técnica de aproximaciones sucesivas y la desensibilización sistemática y la sobreexposición al estímulo que provoca el miedo. Musicoterapia con música binaural.
Médicos
Se llega a utilizar una terapia combinada de antidepresivos y ansiolíticos.
Bibliografía
APA (2010) Diccionario conciso de Psicología, México, Editorial el Manual Moderno.
Bisquerra R. (2017) Universo de emociones, España, Editorial PalauGea Comunicación.
Bisquerra R. & Laymuns G. (2018) Diccionario de Emociones y Fenómenos Afectivos, España, Editorial PalauGea Comunicación.
Boyes C. (2007) El lenguaje del cuerpo, Buenos Aires, Editorial Albatros.
Goleman D. (1995) La inteligencia Emocional (Por qué es más importante que el cociente intelectual), México, Editorial Javier Vergara.
Halguin R. & Krauss S. (2004) Psicología de la anormalidad, Editorial McGrawHill, México.
Kirsch I. (2012) Redes para la ciencia 135, Nocebo el hermano malvado del placebo, Irving Kirsch entrevista con Eduardo Punset, consultado el 1 de Junio del 2016, en red: https://www.youtube.com/watch?v=4V7-Sjs6BAA
Ricard M., Lutz A. & Davidson R. (2014) Nueurociencia, En el cerebro del meditador (Las nuevas técnicas de neuroimagen arrojan luz sobre los cambios cerebrales que producen las prácticas contemplativas), Investigación y Ciencia, Enero 2015, Barcelona
Vass R. (2019) El miedo (Neuropsicología del miedo y las fobias), Neurobiología del Miedo, Cuadernos Mente y Cerebro, tercer cuatrimestre, Número 24, España, Ediciones Investigación y Ciencia.
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