Cuando se acerca la vejez, es natural que echemos un vistazo a lo que hemos dejado atrás, y es ahí cuando, para muchas personas, empieza el periodo de las lamentaciones. Sienten que han pasado demasiado tiempo en futilidades, pero que aunque traten de tomar otra orientación dando más importancia a la vida interior, ya es demasiado tarde y nunca van a poder recuperar el tiempo perdido.
Evidentemente, cuando llega la vejez, ya es un poco tarde para cambiar completamente de vida, pero no es demasiado tarde, nunca es demasiado tarde para empezar algo constructivo. Lo peor que les podría pasar a estas personas sería que se pasaran el tiempo que les queda de vida lamentándose. Es comprensible que se lamenten, pero pueden hacer algo mejor que lamentarse. Pueden recordar todos los acontecimientos de su existencia para extraer lecciones de ellos. Una vez extraídas estas lecciones, que pongan en práctica todo lo que les quede de amor, de inteligencia, de voluntad, para dar a su vida este sentido que aún no habían sabido encontrar.
Cuando sufrís, procurad tomar conciencia de que sólo una parte de vosotros está afectada por este sufrimiento. Otra parte de vosotros permanece inaccesible: vuestro espíritu. Vuestro espíritu es libre, no está sometido a ninguna limitación. Desde las regiones sublimes en las que se encuentra, os mira, os aconseja. Y hasta a veces os dice: «¿Sufres? Pues bien, alégrate, porque si eres inteligente, gracias a este sufrimiento ganarás todavía algo más de lucidez, de comprensión, y te fortalecerás.»
El que es desdichado tiene tendencia a identificarse con su desgracia y se deja invadir por ella. Y eso es lo peligroso para él. Debe, al contrario, ponerse inmediatamente en alerta y decirse: «Ahora es cuando hay un trabajo a hacer. Sufro, desde luego, pero sólo sufre una parte de mí.» Que recurra a esta otra entidad, a su espíritu, que vive en la inmensidad, en la eternidad, y que es también él. Desde el fondo de este barro en el que tiene la sensación de hundirse, sentirá que surge la luz y la fuerza.
Cualesquiera que sean vuestras cualidades, vuestras capacidades, no tratéis de imponeros a los demás. ¿Por qué? Porque suscitáis en ellos el deseo de enfrentarse con vosotros. Al principio, quizás estén impresionados y os respeten, incluso os teman… Pero mientras que vosotros creéis haber establecido vuestra autoridad, ellos, en secreto, harán todo lo posible para armarse contra vosotros. Y habréis sido vosotros quienes les habréis provocado. El que alardea de su poder, despierta en los demás el instinto de agresividad. No nos damos cuenta de todos los medios que los hombres son capaces de poner en práctica cuando un superior, o algún supuesto superior, los ha humillado con una actitud de desprecio, con un tono seco o con palabras ofensivas.
La verdadera autoridad la obtendréis cultivando la bondad, la dulzura, la paciencia. Quizá los demás interpreten mal al principio vuestra actitud: se imaginarán que sois débiles, incapaces, y tratarán de abusar de la situación. Pero perseverad, y pronto se verán obligados a reconocer vuestras capacidades, así como vuestra fuerza interior, y entonces ganaréis no sólo su respeto, sino también su amistad.
Omraam Mikhaël Aïvanhov
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