sábado, 30 de mayo de 2020

La Terapia del Alma


Toda la filosofía de Platón tiene como objetivo enseñar al individuo acerca del cuidado de sí mismo. Incluso en La República, obra en la cual uno esperaría encontrar algo distinto, Platón busca el cuidado de sí mismo, pero desde un ámbito colectivo.

La palabra “epimeleia”, que es como llamaban los griegos al cuidado de sí mismo, tiene un sinónimo griego que es “therapeía” y es raíz de la palabra terapia, la cual significa “el que cuida la casa”. ¿Por qué? Porque tiene que ver con un estado de atención y vigilancia para evitar que los problemas “se cuelen hasta la cocina”, o en su defecto, liberar al hombre de los problemas que ensombrecen su existencia.


La therapeía es, pues, el arte de la curación de los males que afectan al alma. De aquí tomó Freud las palabras y el contexto para crear su psicoterapia. La palabra psicoterapia está compuesta de dos palabras griegas: psique y therapeía, es decir, el cuidado del alma. Por cierto, el método para conocer la causa de la enfermedad, lo cual llamamos “diagnóstico” (palabra cuya raíz significa “a través del conocimiento”), es también una concepción griega: anamnesia (recuerdo, reminesencia).

Sócrates decía que “los males del cuerpo no pueden ser tratados sin antes haber curado las dolencias del alma” (Cármides, Platón), lo cual significa que ya desde ese tiempo se sostenía el origen de la enfermedad como un desorden en el alma (psicosomático). ¿Cómo se cura el alma? Para Platón y todos los que siguen su escuela, el alma se cura con discursos que inviten a la reflexión filosófica para llevar la luz de la razón al centro de la vida de cada individuo.


El hecho de que muchos de los diálogos platónicos comiencen con alguna interrogación acerca de la virtud en general, o de determinadas virtudes en particular, muestra claramente que el análisis de la virtud en general no es algo casual en Platón. De hecho, lo hace estratégicamente para llevar al individuo hacia un estado de equilibrio y justicia.

Por su propia naturaleza el hombre busca el bien para sí, pero si desconoce el bien puede tomar como bueno, erróneamente, cualquier cosa y, en consecuencia, actuar incorrectamente; la falta de virtud es equivalente, pues, a la ignorancia. La ignorancia es causa de desorden en el alma (psique), y el desorden en el alma es causa de la enfermedad.


¿Qué tiene que ver la virtud con la salud? Más claro ni el agua: el correcto sentir es causa de buena salud emocional y se manifiesta como felicidad; el correcto actuar es causa de autenticidad física, la cual se manifiesta como salud y fertilidad; el correcto pensar es causa de la autenticidad espiritual, y se manifiesta como paz.

Las virtudes tienen mala prensa en la actualidad porque la mediocridad genera mayor ganancia. El político no quiere acabar con la pobreza porque necesita que la gente esté jodida para sostenerse en el poder. El médico no quiere acabar con la enfermedad porque se vendría abajo la industria farmaceútica. En fin, nos quieren enfermos, pobres e infelices.


De lo anterior, el falso “yo” es responsable de haber convertido nuestra morada en una prisión. Viviendo en busca de la aprobación y el reconocimiento ajeno, convirtió el jardín propio en embajada donde el otro gestiona cómo debemos pensar, actuar o sentir. Por eso son tan importantes las virtudes, pues allí donde el otro había ganado espacio, el yo auténtico viene a reclamar su señorio y a defender su espacio.

En un mundo donde no se escatima en recursos para apagar la luz del sí mismo los 365 días del año durante las 24 horas del día, obviamente constituye una enorme prueba para aquel que decida vivir con autenticidad. Y sólo puede probarse a sí mismo quien previamente se conoce a sí mismo. No hay otro camino.

Por: Anthony de Mello

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