10-09-1961.- (Diario 1, de K.)
Es una mañana sin una sola
nube; el sol parece haber desterrado todas las nubes de la escena. Hay paz
excepto por el rugir del tráfico, que prosigue aun en domingo. Las palomas se
calientan sobre los tejados de zinc y son casi del mismo color que éstos. No
corre un soplo de aire, aunque se está agradablemente fresco.
Hay una paz que está más
allá del pensamiento y el sentimiento. No es la paz del sacerdote, ni la del
político, ni la de aquel que la busca. La paz no es para ser buscada. Lo que se
busca ya debe ser conocido y lo que se conoce nunca es lo real. La paz no es
para el creyente o para el filósofo que se especializa en teorías. No es una
‘reacción’, una respuesta contraria a la violencia. No tiene opuesto,
todos los opuestos deben cesar, debe cesar el conflicto de la dualidad. La
dualidad existe, luz y oscuridad, hombre y mujer, etc., pero de ningún modo es
necesario el conflicto entre los opuestos.
El conflicto entre los opuestos
surge únicamente cuando hay deseo, el compulsivo apremio por realizar, el deseo
sexual, la exigencia psicológica de seguridad. Sólo entonces hay conflicto
entre los opuestos; escapar de los opuestos -apego y desapego- es buscar la paz
mediante la iglesia o la ley. La ley puede dar y, de hecho, da un orden
superficial; la paz que ofrecen la iglesia y ‘el tiempo’ es una fantasía, un
mito hacia el cual puede escapar una mente que está confusa.
Pero esto no es
paz. El símbolo, la palabra deben ser destruidos, no destruidos con el fin de
tener paz, sino que deben ser hechos pedazos porque son un impedimento para la
comprensión. La paz no es algo que esté en venta, un artículo de canje. El
conflicto en todas sus formas debe cesar, y entonces tal vez ‘eso’ esté ahí.
Tiene que haber ‘negación total’, el cese de las urgencias internas, de los
deseos; sólo entonces el conflicto llega realmente a su fin. En ese vacío hay
un nacer. Toda la estructura interna de resistencia y seguridad debe
desvanecerse y desaparecer; únicamente entonces adviene el vacío. Sólo
en este vacío hay paz, una paz cuya virtud no tiene precio ni significa una
ganancia.
Temprano en la mañana estaba
ahí, llegó con el sol en un cielo claro y opaco; era algo maravilloso pleno de
belleza, ‘una bendición’ que nada pedía, ni sacrificio, ni discípulos, ni
virtud, ni rezos secretos. Estaba ahí en plenitud y sólo una mente y un corazón
plenos podían recibirla. Estaba más allá de toda medida.
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