Un cuento para entender el nacimiento de una raza –
inspirada en los escritos de Robert Morningsky y de otras cosas que me han
contado por ahí arriba.
El anciano monje
siguió con su explicación:
“… esta era solo
la primera transformación del kheb. En la segunda mutación, una vez expulsado
su caparazón exterior, este híbrido libélula-abeja emergía con largas piernas,
garras y una cola que estaba mucho más desarrollada. Salía también con un
conjunto doble de alas y un hocico que le servía para múltiples propósitos. En
esta nueva forma, el kheb era mucho más efectivo volando y acosando a sus
presas, y, en su forma final, el kheb era un temible reptoide-insecto con una
gran fuerza y un terrible instinto predador. Así fue, gracias a esto, que
conseguiría eventualmente dominar todo el planeta verde, y conquistarlo
plenamente por encima de todas las otras especies animales desarrolladas en
paralelo hasta ese momento.
Cuando otro
animal veía aproximarse al kheb volando, la imagen le recordaba a la de un mosquito
con armadura. Tenían esqueletos externos hecho de duro hueso que protegían
todos sus órganos internos, las cuatro alas les permitían maniobrar de forma
fácil y rápida, y las garras y el hocico eran usados como armas letales. Al
llegar a la edad adulta, las hembras estaban lo suficientemente desarrolladas
para concebir y proporcionar descendencia a la raza. Para que esto pudiera ser
posible, sus órganos internos habían cambiado mucho más que el sistema de los
machos adultos, y cuando, tiempo atrás, las hembras podían nutrirse solo con el
néctar de las plantas, ahora necesitaban nutrirse de los componentes esenciales
provenientes de los fluidos corporales de sus víctimas, las otras especies
animales del planeta. Para escoger pareja, una vez las hembras estaban listas
para procrear, emprendían el vuelo hacia el cielo, lo más alto posible, de
forma que solo aquellos machos con la suficiente fuerza y potencia para volar
igual de alto que ellas podrían fecundarlas, asegurando así que la camada que
nacería tendría la vitalidad y la fuerza de los miembros más fuertes de la
especie solo. Además, capaces de ser impregnadas por varios machos, las hembras
permanecían volando hasta que contenían semilla suficiente para luego,
descender, y poner sus huevos en lugares estratégicos y protegidos, donde los
cuidaban…. Y el ciclo empezaba otra vez de nuevo. Así era el modo de vida de
los ancestros de las actuales razas reptoides de gran parte de la galaxia.
Durante otros billones de años de desarrollo, el kheb creció en tamaño y las primeras señales de configuración antropomórfica humanoide empezaron a aparecer en él. Las extremidades empezaron a parecerse a algo así como brazos y piernas, el tórax empezó a tomar forma de pecho y torso plano, y la cabeza insectoide empezó a redondearse y aparecer ligeramente más como humanoide, una pinta algo así como una gárgola de nuestros días, si pudiéramos verlas…
Puesto que el
alimento necesario no solo existía en el aire, sino que muchas de sus presas ya
eran especies animales que solo vivían en la superficie terrestre, el kheb tuvo
que adaptarse y aprender a cazar en tierra, un problema para sus largas alas,
que no eran compatibles con la espesura de los bosques. Así que aprendieron a
recoger las alas en la espalda, y a hacer más flexibles sus garras, patas y
colmillos, además de desarrollar la cola para poder adaptar el equilibrio del
cuerpo masivo que ahora el kheb tenía, y lo había convertido en un depredador
mucho más potente y temible por el resto de especies del planeta verde.
Su sangre,
debido a la línea reptoide que había seguido su
evolución, era fría, y su
configuración humanoide se iba desarrollando poco a poco, tomando la forma
erguida y el desarrollo de todas las extremidades, sin perder las alas ni la
cola con ello. Pero como las escamas no mantenían el calor por mucho tiempo,
igual que nuestros conocidos reptiles terrestres, tenían que tomar el sol regularmente
para mantenerse calientes, haciendo de su hogar las zonas más cálidas del
planeta para su mejor supervivencia.
Y a pesar de que
los khebs machos eran terribles, no eran nada comparado con las hembras, que se
mantuvieron con un tamaño algo menor, y, aunque tenían una protección más
reducida en cuanto a escamas y cortezas exteriores cubriendo sus órganos, no
eran ni un ápice menos peligroso. Además, a lo largo de otros billones de años,
algo les pasó a las hembras que no les pasó a los machos, y es que sus cuerpos
empezaron a segregar ciertas hormonas, necesarias para la cría de sus
criaturas, pero que producían un líquido que era tremendamente venenoso y
acídico para otras criaturas. Las hembras kheb podían proteger sus nidos de
forma natural a través del veneno que escupían, y que nacía naturalmente de sus
glándulas internas.
Y es que como
veis, queridos alumnos, en esta especie, y en muchas otras, son las hembras las
que poseen las armas más terribles y devastadoras, nacidas del instinto y
necesidad de mantener a la especie viva y a la descendencia protegida.
Ahora bien, y
para ahorraros otros cuantos millones de millones de años de evolución más, os
diré que el tiempo convirtió a los khebs más y más en formas humanoides con
facciones reptoide, con las alas y la cola como elementos distintivos, pero con
las extremidades, torso y cabeza con forma reconocible para todos nosotros.
Así, podríamos decir que nacieron los “khebs de las cavernas”, si me permitís
un paralelismo con la historia del ser humano y a partir de aquí empieza otra
historia bien distinta…”
Continuará…
David Topí
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