miércoles, 13 de marzo de 2019

Hasta aquí he llegado (reclamando mis derechos)



Hasta aquí he llegado. ¿Has dicho esta frase alguna vez? Reclamar derechos, poner límites y dejar claro que ya no vamos a tolerar ciertos comportamientos o actitudes, higieniza espacios y ofrece oxígeno.


No obstante, y a pesar de que hacer uso de una adecuada asertividad no siempre es fácil, hay que aplicarla a diario. Nadie merece vivir en el amargo territorio de las necesidades silenciadas.

El miedo tiene muchos rostros. Es sutil, es poliédrico, complejo y siempre devastador. Porque el miedo no es solo la sombra de una amenaza o un peligro. También existe el temor a decepcionar, inquietud por no ser como los otros esperan. Está el miedo a fallar, a dar una negativa cuando los demás están habituados a que conjuguemos el “sí” en cada una de nuestras frases.

Cuando esto ocurre, cuando quedamos atrapados en una vida carente de límites y fronteras emocionales que nos protejan, acontece el caos y el desorden. Puede que ante los demás ofrezcamos esa imagen de persona siempre ordenada, eficaz y solícita, pero en nuestro interior todas nuestras partes andan sueltas, revueltas y sin conexión entre ellas. La identidad se desdibuja y la autoestima se desgasta.

Albert Ellis, conocido psicoterapeuta y creador de la terapia racional emotiva dedicó una atención especial a este tema. Pensaba que uno de los “monstruos psicológicos” más comunes que nos impiden avanzar es la necesidad de hacerlo todo bien para que los demás lo reconozcan, y entonces, nos traten como merecemos. Esta idea, esta costumbre, es una fuente absoluta de sufrimiento.

“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente”.
-Ludwig Wittgenstein-

Hasta aquí he llegado, ¿cómo entrenar el uso de tus derechos y límites personales?

Generalmente, cuando decimos lo de “hasta aquí he llegado” no siempre lo hacemos de la mejor manera. Surge de improviso. Como el sonido de una olla a expres que lleva demasiado tiempo aguantando la presión.

Cuando esto ocurre, emergen las emociones negativas, la frustración y la rabia… No es bueno llegar a estos límites. No es bueno descuidar la buena higiene de nuestros límites personales.

Encuentra tu “punto dulce”

Todos tenemos un punto dulce o área de confort donde nos sentimos bien, a salvo. Ahora bien, ¿qué significa exactamente este término aplicado al campo de los límites personales?

Es hallar ese estado donde no sentimos ni frío ni calor. Es ese instante equilibrado y sereno donde nos encontramos “bien”, donde nada tira, ni duele ni molesta. Así, en ocasiones, nos será muy útil quedarnos en esa zona de confort donde no solo sentirnos a salvo, sino también dónde estamos más habilitados para identificar dónde están esas banderas rojas que nadie debe sortear.
Cuando uno dice en voz alta “hasta aquí he llegado” reclama una zona para sí mismo. Es un punto de inflexión donde no permitir ya ciertas cosas para garantizar así, nuestro equilibrio y bienestar, nuestro “punto dulce”.

Para alcanzar este meridiano personal es necesario que clarifiquemos nuestros límites. Es un ejercicio de valiente autoconocimiento que requiere tiempo y de una sentida franqueza con nosotros mismos.

Decimos esto por un sencillo aspecto: a menudo, las personas no nos cuestionamos muchas de las cosas que hacemos. Cedemos, aceptamos, continuamos, perdonamos y nos decimos a nosotros mismos que no pasa nada, que podemos con todo… Cuando evidentemente no es así.

Aaron Beck, quien contribuyó a dar forma a la terapia cognitiva o terapia cognitivo conductual (TCC) solía decir que muchas de nuestras tensiones psicológicas parten de este tipo de contradicciones. Reforzamos ideas erróneas, justificamos lo injustificable y nos olvidamos de las propias necesidades y de esos límites que deberían estar protegiendo identidades y autoestimas.

Reclamar derechos sin el peso de la culpa

Pocas cosas son tan importantes para el bienestar psicológico como la falta de disonancia, la fidelidad a los principios propios. Decir por tanto cada vez que sea necesario “hasta aquí he llegado” no debe dolernos. No debe caer sobre uno mismo el peso de la culpa o el remordimiento. Porque más allá de lo que podamos pensar, lo que estaremos haciendo de verdad con ello es higienizar relaciones.

Asimismo, no podemos olvidar que al cuidar de nosotros mismos, al situarnos en ese punto dulce o área de confort donde sentirnos seguros y protegidos, garantizamos nuestro bienestar. Y cuando uno está bien, es capaz de dar lo mejor a los demás, de crear lazos más auténticos y sinceros.

Por otro lado, estudios como el llevado a cabo por la doctora Rita Ellen Numerof de la Universidad de Manchester (Reino Unido) nos señalan que si fuéramos capaces de entrenaros cada día en el ejercicio de la asertividad, ganaríamos incluso en calidad de vida, en salud física y mental. Porque reclamar derechos y poner límites es algo necesario en cualquier ámbito: familiar, afectivo, laboral…

Hagámoslo, pongamos límites sin miedo ni culpa porque no solo mejorarán con ello nuestras relaciones, sino que además estaremos invirtiendo en felicidad.

Ser solventes en estas materias requiere tiempo, requiere sobre todo de un gran trabajo interior y de dejar de reforzar esos miedos al qué dirán o cómo reaccionarán determinadas personas cuando digamos en voz alta “hasta aquí he llegado”. Iniciemos por tanto esos cambios que tanto revierten en nuestra solvencia personal, equilibrio e Inteligencia Emocional.

Valeria Sabater

Atrévete a ser feliz.

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