miércoles, 10 de octubre de 2018

Preocupación por el futuro: el estrés por lo que aún no pasa.


La palabra preocupación conlleva a una anticipación angustiosa por algo que aún no ha sucedido, además lleva a la persona a un estado de aprensión o alerta ante la eventual ocurrencia de una situación amenazante. Lo increíble de esto es que, generalmente, la amenaza no era cierta, era menos probable o intensa de lo que pensábamos, y terminamos dándonos cuenta que nos preocupamos en vano.

Algunas personas parecen vivir más focalizadas en el futuro, en lo que aún no sucede, que en el presente. Esto aumenta las probabilidades de error al afrontar las demandas de la vida cotidiana, por no tomar en consideración todo lo que esto implica. Es como si se viviera en el futuro y se olvidara del presente.

La preocupación es un proceso mental donde imaginamos lo peor que puede pasar ante una determinada situación que nos provoca cierta perturbación o inquietud. Se da en casi todos los contextos de la vida: cuando vamos a tener una cita, un examen, una entrevista de trabajo, cuando vamos a emprender una tarea nueva o cuando esperamos que algo pase. La preocupación nos lleva a percibir más amenazas de las reales y a minimizar las posibilidades y capacidades de afrontamiento ante el hecho, lo que nos conduce a una percepción negativa o pesimista de aquello que aún no ocurre. Percibimos como si estuviéramos en un constante peligro, y aunque al ocurrir la situación la evidencia nos muestra que no era tan peligrosa, en la siguiente ocasión reaparece la preocupación como fantasma terrorífico que nos llena de miedo. En este caso, la evidencia pierde credibilidad y nos dejamos llevar por las percepciones de amenaza que nos carcomen.

Uno de los principales problemas de las preocupaciones es que pueden convertirse en hábito al considerarlo un efecto natural como consecuencia de las anticipaciones negativas que hacemos ante el futuro. Es más, algunas personas tienen miedo de no preocuparse, por temor a volverse irresponsables y descuidados consigo mismos. La preocupación es una construcción de la mente que en principio ayuda al sujeto a prepararse para afrontar una situación, pero que al focalizarse en el potencial amenazante de la misma se convierte en obstaculizador para asumir acciones pertinentes frente al hecho.

Una paciente, un tanto obsesiva, me discutía que a las personas precavidas les suceden menos problemas que a los no precavidos. Se ponía ella como ejemplo, pues decía que durante toda la vida se acostumbró a anticiparse a lo que podía suceder y que esto le permitía evitar los peligros. Le pregunté entonces, si para viajar, ella se preparaba tan bien que no se le pasaba ningún detalle. Me dijo con cierto orgullo: “Así es, cuando voy a salir, empaco todo lo que creo que necesito. Mientras los demás llevan un maletín pequeño para ir un fin de semana a una finca, yo llevo hasta tres maletas, porque sé que yo misma o alguien podrá necesitar de lo que lleve: medicamentos, frazadas, colchonetas, alimentos, elementos de modistería, juegos de mesa, y cuanta cosa se me ocurre”. En la discusión ella terminó aceptando que su viaje era un tanto “encartador”, incómodo, y que mientras los demás parecían disfrutar de la salida, ella estaba pendiente, preocupada, de lo que ocurría en su entorno, observando factores de riesgo en todo momento y esperando de manera irracional desenlaces negativos que por lo general no sucedían.

Le pregunté si disfrutaba de esas salidas, y me dijo que sentía que los demás parecían disfrutar más, pero que para ella “adelantarse a los peligros, era una forma de disfrute”, una forma de ocultar la angustia que le producían los pensamientos amenazantes que siempre la acompañaban.

Ser precavido puede facilitar el adelantarnos a la ocurrencia de algunos peligros, pero no debe nublarnos en la posibilidad de permitir que ocurran ciertas cosas de manera espontánea y desprevenida, para no coartar el desenlace natural de las situaciones.


Las alarmas percibidas en una situación pueden servirnos para preparar estrategias de afrontamiento que resultan funcionales si las alarmas son ciertas, es decir, si están soportadas en evidencia empírica ante el hecho. Sin embargo, la mayoría de las veces percibimos falsas alarmas, bien sea porque nos inventamos amenazas ante una situación inofensiva o porque aumentamos el potencial amenazante de una situación. Esto se reafirma en la cantidad de veces que evitamos enfrentarnos a algo a lo que le temíamos, y al atrevernos a hacerle frente, nos damos cuenta de que no era tan amenazante como pensábamos o que dentro de nosotros contábamos con estrategias suficientes para enfrentarlo que no reconocíamos.

Hace tiempo aprendí esta gráfica que ilustra muy bien cómo es la relación anticipada de las amenazas de una situación:



El futuro es una proyección del presente. Hoy estás sembrando lo que mañana cosecharás. Sin embargo, aún con los mayores cuidados en la siembra, no siempre la cosecha es lo que se espera. El éxito de nuestras acciones es un 90 % de empeño, 5 % de suerte y 5 % de influencia externa, incluyendo a los demás. Un buen desempeño no garantiza el éxito pero aumenta las probabilidades de logro.

Como nos menciona Medina (2006): “Una visión de futuro no es una falsa promesa ni cualquier cosa que alguien se pueda imaginar acerca del mañana. Es una imagen estructurada del porvenir, transformadora y con potencial de realizar en la práctica un proyecto de vida”. Está en cada uno percibir el futuro como una amenaza o una oportunidad. Si lo percibes como amenazante, te focalizarás más en el afuera, y te prepararás de manera defensiva para afrontarlo. Si percibes el futuro como una oportunidad, te focalizarás en ti y en el repertorio de estrategias con que cuentas para aprovechar cada opción que se te presenta, lo que te permitirá construir un porvenir aportante a tu proyecto de vida. Depende del color del cristal con el que mires cada situación que tienes enfrente.

Walter Riso, en su libro De Regreso a Casa (2003), nos señala que las personas que viven en función del futuro tienen una lucha incesante por alcanzar las metas y oportunidades de éxito en el menor tiempo posible y a costa de cualquier cosa, lo que genera una enorme tensión por la presión de obtener necesariamente el éxito. Si unido a esta necesidad, la persona cree no tener las condiciones y capacidades suficientes para salir adelante, entonces se anticipará negativamente ante los hechos y tendrá una sensación de fracaso antes de emprender el afrontamiento de la situación, lo que aumenta las probabilidades de derrota en cada hecho.

Alvin Toffler, autor del Best Seller El Shock del Futuro (1970), fue uno de los primeros en afirmar que el grado tan acelerado de cambios tecnológicos y sociales es un generador de estrés en tanto la sobrecarga informativa a la que estamos expuestos cada vez más, nos lleva a estados permanentes de estrés y perturbación. Es cierto que vivimos en un mundo cada vez más acelerado y que las demandas a las que nos exponemos son cada vez mayores, pero esto no debe llevarnos a la desesperación ni a asumir que todo está perdido. Por caótico que parezca el entorno, siempre hay formas adecuadas, confortables y no estresantes de afrontar las situaciones. Siempre tenemos la oportunidad de asumir que las cosas pueden mejorar.

Uno de los problemas principales a los que nos lleva este acelere mundial es que dedicamos nuestra atención a buscar la forma de responder ante las demandas del medio y nos olvidamos de nosotros mismos. Gastamos nuestros pensamientos en las expectativas que se tienen de nosotros y cómo responder ante ellas, antes que pensar en nuestros intereses, anhelos y necesidades personales. Si nos volcamos hacia nosotros mismos y nos convertimos en el centro de nuestra existencia, bajaremos la presión por responder a las exigencias externas y podremos retomar la calma que se encuentra en nuestro interior. La mejor manera de encontrar estados de placidez es desprendernos por momentos del entorno exterior, cerrar los ojos y entrar en sí mismos para crear un lugar de paz en nuestro interior.

Debemos reconocer que el mundo no es necesariamente como esperamos que sea, la adversidad es en muchos casos inevitable y la felicidad no se obtiene al tener menos problemas sino al aprender a sortear los que se nos presentan. Como menciona Sanabria (2016), en el texto Cómo vencer la preocupación: “Los obstáculos son parte del camino, son inevitables, pero debemos aprender a lidiar con ellos. Las adversidades generan en el corazón humano muchas reacciones, pero la angustia y la preocupación son emociones que impiden tener una mejor perspectiva de la situación y por tanto no podemos responder debidamente”. Aprender a controlar las reacciones de preocupación, reconocernos en potencialidad y mejorar la confianza en nosotros mismos, son claves para promover equilibrio y bienestar en nuestras vidas.

Reconocer que en ocasiones el futuro se presenta como incierto, que no podemos prever necesariamente cómo ocurrirán las cosas, le da un matiz de suspenso a nuestra vida, y en ocasiones es menester dejar simplemente que las cosas sucedan, sin preparación alguna, para definir luego cómo nos las arreglamos en el propósito de superar lo que en realidad suceda.

Para finalizar, se mencionan algunos tips, a manera de sugerencias, para tener un mayor control sobre nuestras reacciones de preocupación y eliminar el velo de amenaza con el que afrontamos nuestro futuro.

Algunos tips para manejar el estrés ante el futuro son:

Ten en cuenta que la preocupación es una construcción de la mente, nosotros somos los artesanos. Así como creamos en nuestro interior estados de preocupación, también podemos construir estados de bienestar.

Cada obstáculo y cada adversidad representa una oportunidad de crecimiento y de madurez en nuestra vida, si se afronta con confianza y madurez.

En cada situación siempre hay más de una manera de afrontarla. Es nuestra decisión si nos dejamos llevar por la preocupación o si asumimos con entereza y tranquilidad cada situación para poner en escena estrategias de afrontamiento enriquecedoras.

Todo pasa. Debemos asumir que por dolorosa que sea una situación, esta no será eterna. Lo que nos resulta perturbador en un momento, tal vez represente algo anecdótico después.

La clave para disminuir el estrés es asumir que la preocupación es inoperante, pues obstaculiza nuestras posibilidades de acción ante una situación. Antes de ocurrir un hecho, no tiene sentido preocuparse, pues no podemos poner en juego nuestro repertorio de afrontamiento. Sí podemos prepararnos y visualizar el hecho de manera realista y prever las demandas derivadas de la situación y las formas racionales de afrontarla.

Confiar en uno mismo, en sus propias capacidades y valorar los logros que tenemos al afrontar diversas situaciones, nos llena de confianza para creer que podemos afrontar cualquier situación y, de presentarse alguna amenaza, podremos sortearla con suficiencia.

Si en alguna ocasión consideramos que no disponemos de las suficientes estrategias y capacidades para hacer frente a una acción que debemos afrontar, tal vez un poco de ayuda nos venga bien. Buscar ayuda no es sinónimo de debilidad, sino una forma de prepararse para asumir los retos que nos depara la vida.

Es posible entrenarse en técnicas y estrategias de autocontrol. Aprender técnicas de respiración, meditación, visualización mental y relajación son claves para relajarnos y descentrarnos de las anticipaciones amenazantes que nos preocupan.

No todo sale como esperamos, y en ocasiones podremos hasta experimentar el fracaso. Si es así, no es señal de que las cosas indefectiblemente fallarán en el futuro, sino que, por el contrario, de volverse a presentar, tal vez estemos mejor preparados para hacerles frente.

Por: Dr. Rodrigo Mazo Zea

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