martes, 5 de junio de 2018

¿TODO, POR AMOR?


El costo de sacrificarse por el otro

Un factor que daña la autoestima es renunciar a nuestras propias necesidades o deseos en función de los deseos del otro.

Frecuentemente, en nombre del amor, hay personas dispuestas a sacrificarse por el otro creyendo que con ello la pareja permanecerá a su lado para siempre.

Es verdad que todos deseamos agradar a los demáspues se trata de una necesidad humana. Es reconfortante despertar el interés de otros por la propia persona pues con ello se reafirma la autoestima, se alegra el corazón, disminuye el miedo, aumenta la confianza y se abre la promesa de un futuro compartido, es como “tocar el cielo con las manos”.

Sin embargo, esconder o negar nuestros deseos, sueños, necesidades, o postergarlas para que el otro sea feliz, puede tener graves consecuencias.

Es una realidad que ayudar a los demás y tratar de ser agradable a los otros son habilidades sociales. Cuando somos amables con otros obtenemos resultados positivos: aceptación, pertenencia de grupo, confianza, estima y por eso, estas conductas que de origen son positivas y sanas, comienzan a reforzarse y generalizarse hasta que las convertimos en un hábito que, de no controlarse, puede llegar a tener respuestas muy negativas como:
Provocar que los demás crean que dichos actos positivos no son una opción de la persona que los realiza, sino una obligación.
Dar tanto al grado de generar agobio en aquellos a los que se les da constantemente al grado que ya no lo disfrutan, sino que lo ven como una carga, como algo desagradable.
La persona que da sin medida convierte en una obsesión la necesidad de agradar y se olvida del resto de sus necesidades.

Al final, ese amor y esa generosidad aparentemente incondicionales, terminan convirtiéndose en servilismo o sometimiento, pues el mensaje que nos damos a nosotros mismos es “no soy tan valioso o valiosa como él o ella, por eso, debo sacrificarme para que sea feliz, cubrir sus necesidades aunque pase por encima de mí con tal de que me quiera. al fin y al cabo ¿qué me cuesta si es el precio para que se quede a mi lado?”.

Del mismo modo, la sociedad nos hace creer que estas actitudes no tienen un costo, pero la realidad es que todas las decisiones que tomamos en la vida tienen un precio, es inútil quererse convencer que el negarse o anularse uno mismo por otro, no va a tener consecuencias, la realidad es que siempre las habrá; nunca se obtiene un buen resultado al pasar por encima de uno mismo en nombre del amor. Nunca debemos olvidar que:

Nadie puede amar a otros si no se ama primero a sí mismo ni
nadie puede dar lo que no tiene.
Los costos de no verse a uno mismo

La realidad es que las personas que se afirman “Que les da lo mismo sacrificarse y que no les cuesta nada hacerlo por amor al otro“ no dejan de hacerse expectativas de que t

temprano recibirán, en reciprocidad, lo mismo que han ofrecido, pero cuando esto no ocurre, se dan cuenta del gran resentimiento que han acumulado hacia aquellos por los que dieron han dado todo ¿incondicionalmente?

Cuando hablamos de “ceder por el otro” nos referimos tanto a las cosas cotidianas como: a qué restaurante ir; qué programa de televisión ver el sábado por la noche; a quién visitar el fin de semana; quién hará el súper o quién manejará el auto después de la reunión con los amigos, como a las cosas más trascendentales: decidir donde vivir; cómo administrar la economía familiar; a qué escuela mandar a los hijos y muchas cosas más.

La necesidad de dar gusto a los demás constantemente
es un reflejo de una baja autoestima

Esto, aparentemente, podría parecer muy cómodo para el que delega la responsabilidad de elegir y permite que sea el otro quien lo haga, pero en el fondo, no sólo se trata de ceder ante las decisiones del otro justificando que se le ama mucho y que por esa razón se le busca complacer en todo, también puede reflejar una incapacidad para tomar la responsabilidad de decidir de acuerdo a sus propios gustos, necesidades y deseos, renunciar a su responsabilidad como adulto y comportarse de una manera infantil.
El costo contraproducente de dar sin límites

El costo de esta aparente comodidad de ceder y de no elegir, no pedir o no exigir aquello que nos corresponde por reciprocidad y por justicia, a la larga se convierte en una trampa que se transformará en resentimiento y frustración. La persona que se pone siempre en segundo lugar ya sea por la búsqueda de cariño y aceptación, por el deseo de sentirse buena, por ser reconocida o para ser mejor que los demás, por repetir el modelo familiar, por miedo, o por cualquier otra razón, al final se sentirá:
Insatisfecha
No tomada en cuenta
Subestimada o despreciada
Inferior
No respetada…

Pues, al no demandar lo que desea o necesita, los demás no se darán cuenta o no se sentirán responsables si ella no exige que le den su lugar.

El lugar no te lo da nadie, te corresponde a ti mismo dártelo.

Ahora bien, también puede ocurrir que la persona que siempre cede sea porque se siente superior a los demás, más buena, más generosa, más fuerte, pero finalmente esto también generará desconexión, pues la única manera de lograr la estabilidad en cualquier relación es a través de la reciprocidad, del equilibrio en el dar y el recibir.

Cuando una persona da indiscriminadamente puede sentir también un peso muy grande al estar complaciendo a los otros negando las propias necesidades, junto con el miedo por las consecuencias si no lo hace; muy probablemente esa persona fue enseñada a sacrificarse por los demás poniéndose siempre en segundo lugar y, si no cumple con este mandato, se reprocha el no amar suficiente. No puede darse cuenta de que vale tanto como el otro y que, si la otra persona lo ama, también le importarán sus deseos y necesidades y querrá ayudarle a satisfacerlas. En pocas palabras, que no tiene que pagar ni sacrificarse por el amor que el otro le da.

El amor es el sentimiento más bello, pero no está exento de costos y, si estos son excesivos, terminan perturbando el sentido de equilibrio. Cada vez que la persona se sacrifica, aumentan sus expectativas de recibir algo a cambio. Espera, sobre todo, la garantía de un amor eterno y de una permanencia para toda la vida.

Cuando nos sacrificamos por el otro dejamos de ser nosotros mismos y nos convertimos en aquel que -suponemos – el otro quiere que seamos.

Por su parte, aquel por el cual la persona se sacrifica, contrario a lo que uno imagina, no se siente bien con tantos privilegios pues termina sintiendo los sacrificios del otro como una carga y el amor como una prisión de la que lo único que quiere es escapar. Se da cuenta de que el costo por lo que recibe es demasiado alto, que el otro es demasiado “bueno” y que nunca lo podrá pagar todo lo que le da. Paradójicamente, el que sacrifica puede obtener justo a lo contrario de lo que pretendía, que la otra persona no quiera continuar con la relación y se aleje de su lado y buscando otro lugar donde tenga más posibilidades de desarrollo, donde pueda esforzarse por su compañero y no todo lo obtenga tan fácilmente.
Padres sacrificados, hijos malagradecidos y tiranosSobreproteger: un amor mal entendido que genera conflictos

Cuando el sacrificio lo realizan los padres y se ponen siempre en segundo lugar por “amor a sus hijos”, ellos no lo percibirán de la misma manera y terminan significando el sacrificio de los padres como una muestra de poca confianza hacia ellos, lo que les genera un sentimiento de inseguridad que los llevará, a la larga, a sentirse incapaces de valerse por sí mismos.

Los padres y las madres lo hacen con la mejor intención, pero muchas veces no se dan cuenta de que su verdadera motivación puede ser la de cuidar su imagen de buenos padres más que en hacer lo mejor para sus hijos, ayudándolos a conseguir las cosas por ellos mismos, en vez de facilitarles todo para que no sufran, cuando muchas veces el sufrimiento es la mayor oportunidad para crecer, desarrollarse y fortalecerse.

Cuando ven las consecuencias de sus sacrificios, los padres se sienten frustrados y se confunden, pues no entienden porque sus hijos están tan enojados con ellos o insatisfechos consigo mismos, cuando lo único que ellos han hecho es darles todo por amor sacrificándose por ellos, para que sus hijos terminen siendo unos ingratos o unos malagradecidos; unos hijos tiranos que los maltratan y les siguen exigiendo que les resuelvan la vida aún cuando se han convertido en adultos.
Desequilibrio en el dar y recibir de acuerdo a Hellinger (constelaciones familiares).


Había sido demasiado amor, tanto como el que yo podía dar, más del que me convení­a. Fue demasiado amor. Y luego, nada.

Almudena Grandes

El no reconocer las propias necesidades, no aprender a negociar, el miedo al conflicto o a enfrentar la ausencia del ser amado, la auto postergación de los propios deseos, sueños, planes, proyectos por poner siempre a los demás y sus necesidades por delante, terminan anulando la propia personalidad, generan resentimiento (no es justo que yo de todo y no reciba nada o muy poco a cambio), lastiman profundamente la autoestima tanto del que da de más como del que recibe de más y socavan las bases del intercambio amoroso.

Cuando la energía entre “dar y el recibir” no están equilibradas, quien más da se pone en un plan de superioridad (“yo soy mejor, o más fuerte, o más bueno, o más lindo, o te amo más por eso soy yo quien se sacrifica por ti”) y el otro, el que recibe todo, se termina sintiendo inferior (“soy más débil, menos bueno, menos fuerte, la amo menos, por eso yo nunca podría compensar todo lo que ella me da”) y, ante esto, no tiene más remedio que marcharse, pues ante una deuda impagable, lo único que le queda es salvar su dignidad y autoestima alejándose.


Todo intercambio entre personas genera una descompensación y la dinámica que se encuentra en el intercambio es que el que da se siente libre, superior y con el derecho de exigir, mientras que el que recibe se siente inferior, culpable y obligado a compensar lo recibido.

Bert Hellinger

Por ello, tenemos que ser muy cuidadosos en el flujo del dar y recibir y, si ya dió algo la persona, no seguir dando hasta comprobar que también se abre para recibir (o pide, reclama, exige, según sea necesario), en reciprocidad.

Verse a sí mismo (en cuanto a las necesidades, deseos, metas, objetivos personales) y ver al otro (sus necesidades, deseos, metas, objetivos personales) es la clave para el bienestar y para mantener a salvo la autoestima y el amor en las relaciones con los demás.
Cuáles son, según Bert Hellinger, las reglas para el buen dar y el buen recibir.
Reglas del buen dar:

Sólo dar lo que tengo.

Sólo dar lo que el otro puede recibir.

Sólo dar lo proporcional a lo que el otro puede devolver.

Dar desde el adulto, al otro adulto.
Las reglas del buen recibir:

Valorar lo que el otro me da, sabiendo que siempre será distinto de lo que he dado.

Agradecer, dándole un poco más, para marcar mi reconocimiento, y un poco más cerca de sus necesidades.

Si una persona da todo lo que tiene, espera del otro que cubra todas sus necesidades, ya que en su interior espera que el otro se convierta en su madre y al final se rompe la relación.

Si una persona recibe más de lo que puede devolver, se siente en una situación tan degradante y culpable que acaba explotando, rompiendo la relación que la ata de este modo.

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