jueves, 7 de junio de 2018

Cuanto más te gusten tus decisiones, menos necesitarás que le gusten a los demás.


Cuanto más te aceptes, menos pendiente estarás de la aceptación de los demás. Esta es una máxima que podemos aplicar en nuestra vida. Cuando somos plenamente conscientes de nuestras potencialidades y limitaciones, cuando nos conocemos lo suficiente y nos sentimos cómodos con la persona que somos, no estaremos pendientes de la aprobación ajena. Por eso, cuanto más te gusten tus decisiones, menos necesitarás que le gusten a los demás.


¿De dónde surge la necesidad de aprobación?


Al nacer, dependemos por completo de nuestros padres o de un adulto que nos alimente y proteja. A medida que crecemos, nos vamos dando cuenta de esa dependencia, que no solo es física sino también emocional. Entonces nos percatamos de que necesitamos a nuestros padres ya que estos son nuestra principal fuente de seguridad.


De esta forma, comenzamos a buscar de manera más o menos consciente la aprobación y aceptación de las figuras significativas para nosotros. Comprendemos que algunos de nuestros comportamientos provocan rechazo y otros son aceptados. Lo mismo ocurre cuando entramos en la escuela y en el primer grupo de amigos.


Por supuesto, ese proceso de búsqueda de aceptación y aprobación es perfectamente normal, es la primera “lección” que aprendemos para insertarnos en la sociedad e ir abandonando nuestra postura egocéntrica.


Sin embargo, a medida que ganamos autonomía e independencia, esa búsqueda de aprobación debe disminuir. El problema es que a veces el condicionamiento que recibimos en nuestra infancia es tan fuerte, que muchas personas no logran cortar ese cordón umbilical. Entonces se vuelven dependientes de las opiniones de los demás y su estado de ánimo oscila según las críticas o elogios que reciben.


La muestra palpable de que podrías depender en exceso de las opiniones de los demás es cuando debes tomar una decisión y no solo piensas en lo que es mejor sino que también te preguntas qué opinarán los demás. En el peor de los casos, terminarás tomando una decisión que no te satisface solo porque sabes que satisfará a los demás. No tomarás la decisión que quieres sino la que manda el conformismo social.


La autoaceptación como pilar de la verdadera independencia


“No sé cuál es la clave del éxito, pero la clave del fracaso es intentar gustar a todo el mundo”, dijo el actor estadounidense Bill Cosby. Intentar gustar a los demás es una garantía de que no te gustarás a ti mismo. En la búsqueda de la aprobación y la aceptación social puedes terminar perdiendo la conexión contigo mismo.


Si cada vez que necesitas tomar una decisión, miras hacia afuera, a tu alrededor, preguntándote qué pensarán los demás, perderás la conexión con tu “yo”. Para conectar con tus necesidades, sueños, ilusiones y deseos, tienes que dirigir la vista hacia adentro. Si te preguntas “¿qué quieren los otros” en vez de “¿qué quiero yo?”, estarás acallándote constantemente, por lo que no es extraño que llegue un momento en el cual, incluso cuando te preguntes qué quieres realmente, no puedas encontrar la respuesta.


La autoaceptación es una de las vías para salir de esa trampa. No debemos olvidar que la búsqueda de la aprobación externa obedece al hecho de que no nos aprobamos internamente. Buscas en los demás lo que no has sido capaz de darte.


Es lo que el psicólogo Vigotsky llamó la “ley de doble formación de los procesos psicológicos”, según la cual, todos nuestros procesos psicológicos tienen un origen social. Eso significa que todo proceso psicológico aparece dos veces a lo largo de nuestro desarrollo: primero en el ámbito interpsicológico y luego en el intrapsicológico, primero en la relación con los demás y más tarde en la relación consigo mismo.


Esto significa que en vez de buscar la aceptación y la aprobación fuera, debemos buscarla en nuestro interior. Cuando aceptamos nuestros logros y fracasos, siendo conscientes de nuestras fortalezas y debilidades, desarrollamos un “yo” sólido que depende menos de las opiniones de los demás.


Mientras más seguros estemos de las decisiones que tomemos, aunque ellas siempre implicarán cierto grado de riesgo e incluso la posibilidad de cometer errores, menos seguridad tendremos que buscar fuera. Esa confianza se adquiere cuando comprendemos que no podemos evitar equivocarnos, pero que cada error es una experiencia de vida que nos enseña algo o nos hace más resilientes.


En ese punto habremos madurado realmente. Y entonces podremos ayudar a las demás personas a deshacerse de las cadenas de la búsqueda de la aprobación social al liberarlas de las expectativas que nosotros también pusimos sobre ellas.

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