sábado, 9 de diciembre de 2017

El poder de la abdicación. El cuento del eneagrama.


Erase una vez, en un remoto país, que reinaba la más admirada de cuantas reinas hubieran existido jamás.
Amada y respetada por sus súbditos, la reina, contaba en su haber con los 9 títulos que la hacían sin duda, la reina de todas las reinas.
Por su buen hacer, por su visión de lo correcto y de los más altos valores, fue nombrada REINA DE LA RECTITUD.
Pocos sabían, que en la soledad de su impoluta alcoba, la Reina luchaba en secreto contra todo aquello que en su interior encontraba imperfecto, la rabia y la frustración que se acumulaban dentro de ella al detectar en su propia naturaleza, aspectos tan humanos como imperfectos, que ella LA REINA DE LA RECTITUD no se podía permitir.
Sin duda alguna merecía su segundo título: LA REINA AYUDADORA. Tenía la increíble capacidad de detectar cada una de las necesidades de cada uno de sus súbditos, y ella misma se encargaba personalmente de satisfacerlas una por una…. ¡Oh, qué feliz le hacía ver el reconocimiento en los ojos de su pueblo, cuando aparecía ELLA, en sus casas, a cualquier hora para satisfacer una necesidad que los propios habitantes de la casa ni siquiera habían detectado…
Claro que no siempre era así, a veces, demasiadas veces, la verdad, se encontraba con personas que no querían su ayuda, que incluso, dentro del protocolo obligado la hacían sentir una entrometida, algo que la enfurecía.
Lo que pocos sabían es que ella sólo buscaba amor, lo que ella no sabía es que había olvidado amarse a si misma…
Infatigable en el ejercicio de su labor, era sin duda LA REINA DEL ÉXITO, eficaz, incansable, era capaz de elegir los mejores ministros para que todo funcionara a la perfección, sin que por ello la eclipsaran en ningún momento, ya que sus costosos trajes, su corona dorada, su carruaje único, denotaban claramente que el éxito se debía a ella.
La pena es que trabajaba tanto, se aseguraba tanto de que todos pudieran conocer su status que se olvidaba mirarse al espejo para descubrir que la auténtica luz no provenía de sus pendientes de zafiros, sino de su propio corazón.
Su sensibilidad sin igual sublimada en sus creaciones le valió el título de REINA DE LAS ARTES.
¡Qué fuerza destilaban sus creaciones! ¡Cómo plasmaba cada una de las emociones humanas en su más alto grado de intensidad! ¡Qué belleza y singularidad había en cada una de sus obras!
Sin embargo, pese al título, la reina sufría en silencio (aunque sus más cercanos eran testigos de su dramático dolor) la incomprensión de todos, nadie era capaz de entender el alcance de sus sentimientos, nadie como ella….Aunque a veces, veía con cierta envidia, obras más especiales que la suya, personas más especiales que ella y en la soledad de su cuarto, en las noches oscuras, se hacía oscura y pequeñita ahogada en su drama.
Quizá fuera por ello que la Reina mantenía largos periodos en soledad en su castillo que utilizaba para investigar las mejores maneras de gobernar su pueblo.
Poseía la mayor biblioteca de todos los reinos conocidos, donde pasaba horas y horas empapándose de todo el saber de la humanidad, por todo ello recibió el título de REINA DEL CONOCIMIENTO.
En su vertiente más fría, la reina dejaba de relacionarse con su pueblo, y no permitía que persona alguna pisará su lugar sagrado de conocimiento.
A veces el miedo y las dudas se apoderaban de ella, paralizando sus decisiones, por ello tras un largo y meticuloso proceso de selección se rodeó de personas leales, justas, de férreos principios que la ayudarían a tomar las mejores decisiones.
Recibió por ello el título de REINA DE LA LEALTAD.
Pero no os creáis que la reina presa de sus actividades se olvidaba del disfrute, ¡qué va!, sin lugar a dudas y por derecho propio, poseía el título de REINA DE LA ALEGRÍA.
Organizaba las fiestas más divertidas del reino, llenas de placeres para todos los sentidos, grandes fiestas temáticas, donde de forma divertida mostraba sus conocimientos de tantas y tantas materias y las ponía al disfrute de todos.
Aunque era raro encontrarte con ella en estas fiestas, ya que tal cual las inauguraba, salía corriendo a planificar la siguiente y pocas veces se quedaba para disfrutarlas.
En el vacío de su habitación real, la reina consumía sin parar dulces y más dulces para llenar el vacío que existía, una vez acababa un proyecto.
El título de REINA ENTRE LAS REINAS lo consiguió por su innegable don de mando, es cierto que en ocasiones su presencia era tan impositiva que podía ser vista como una dictadora, fiel como era al paradigma “todo por el pueblo pero sin el pueblo”, y pos su falta de tacto a la hora de hacer ejecutar sus órdenes.
Lo que no sabían los que firmaban su contrato de confidencialidad, antes de ser introducidos en su alcoba, para dar rienda suelta a su voraz lujuria (un tal Grey, copió este acuerdo para llevarlo a la literatura moderna) era el miedo que la consumía a ser herida en sus vulnerabilidades más ocultas.
El último título que ostentaba, y no era moco de pavo dadas las luchas de poder de la época, era REINA DE LA PAZ, nadie como ella para mediar en los conflictos, nadie como ella para escuchar a las partes, nadie como ella para evitar un conflicto…
Tan, tan equitativa era ella, que cuando le preguntaban por su propia opinión al respecto, no sabía que contestar, porque jamás se permitió tener su propia opinión.
Pero un día, la reina contrajo una rarísima enfermedad, desarrollando cada uno de los 9 días siguientes una extraña afección.
El día 1 se lo pasó entero en un ataque brutal de Ira, tanto que los cimientos del castillo temblaron.
El día 2 entró en un estado total de Victimismo, gritando sin parar lo injusto que era su pueblo al no apreciar todo lo que hacía por ellos, su Soberbia era tal, que una terrible torticolis se adueñó de ella.
El día 3, cogió todas sus joyas y su corona más lujosa y se paseó por todo el reino en una horrible actitud Vanidosa que le trajo la desaprobación de su pueblo.
El día 4, la reina, presa de un ataque de Envidia, ordenó destruir todas las obras de arte del reino que no hubiera realizado ella.
El día 5, mandó insonorizar su biblioteca y desde allí dio orden de cancelar toda reunión con persona alguna.
El día 6 lo pasó entero en cuclillas en su habitación presa del Miedo e incapaz de tomar decisión alguna.
El séptimo día decidió que tantos sinsabores merecían darse a los placeres, y encargó montones de tartas, de vino, hasta que sintió nuevamente el vacío que la purga estomacal con que su organismo se defendió de la Gula.
EL octavo día ordenó que le cortaran la cabeza al pastelero.
El noveno día sintió tanta, tanta Pereza, que se olvidó firmar la renovación de su reinado (si, en ese Reino, cada 5 años, la Reina debía firmar la renovación de sus servicios) por lo que fue inmediatamente desahuciada.
Y así, llorando, sentada en una piedra la encontró un viejo sabio que deambulaba por allí, y que desconocía su identidad.
·         ¿Qué te ocurre, muchacha?
La reina desacostumbrada a ese trato coloquial, pero conocedora de su nueva situación, le explicó su situación, era la REINA DE…. Y no tenía reino.
El anciano, la miró como nadie la había mirado nunca, su mirada estaba llena de comprensión y afecto.
·         ¿Por qué me miras así, justo ahora que no soy nada?
El anciano le cogió de la mano y la condujo a su antiguo reino, que se hallaba en los preparativos de elegir una nueva reina y le ordenó que abdicase públicamente.
Lo que la reina no esperaba era la sensación de libertad que experimentó al ir abdicando uno a uno de los títulos que tan orgullosamente había cosechado.
Una vez finalizado, el sabio le entregó un espejito, y le preguntó.
·         ¿Quién eres ahora?
La mujer, libre ya de etiquetas, de roles y de pasiones, se miró sonriendo y contestó
·         SIMPLEMENTE SOY

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