lunes, 26 de diciembre de 2016

Tu mejor meta para este nuevo año: aceptarte y reconectarte. Por Laura Foletto


Muchas veces, cuando los retos vitales son grandes o cuando cesamos de estar tan apresados por los cantos de sirena de la sociedad o cuando comienza un nuevo año surgen las preguntas esenciales: ¿por qué estoy aquí?, ¿para qué?, ¿cuál es el sentido de sufrir así?, ¿qué es este círculo vicioso del cual no sé cómo salir?

Atrapados por la densidad de la tercera dimensión, ciegos a la verdad, movidos por milenios de paradigmas de lucha y dolor, ciertamente no recordamos que hemos aceptado venir aquí.  Ni caímos accidentalmente ni nos obligaron ni surgimos de la nada.  Hemos venido voluntariamente de múltiples lugares a protagonizar este experimento cósmico de separación y limitación, de dualidad, de luz y oscuridad, de espiritualización de la materia.  ¡Qué maravillosa oportunidad y qué desafiante forma de fraguar nuestra Maestría!

Al pasar el Velo, olvidamos todo esto y volvemos a quedar enganchados de los dramas cotidianos, de la falta de sentido o del sentido dado por otros.  Nos creemos inferiores, solos, aislados, débiles y acumulamos posesiones, relaciones, títulos, dinero, poder para compensarlo.  Cuando salimos (morimos), nos damos cuenta de lo que hemos hecho o negado o abandonado y nos proponemos remediarlo.  Y entramos nuevamente, llenos de determinación.  Y es probable que, otra vez, la ilusión general nos atrape y poco podamos hacer.  Y así giramos y giramos…

¿Qué está sucediendo ahora?  Estamos cerrando el experimento, somos muchas almas las que estamos recordando y deseando traer el Cielo a la Tierra.  ¿Qué nos frena?  En cuanto nuestra conciencia comienza a abrirse, las capas de cientos de encarnaciones aparecen, con sus asuntos inconclusos y, sobre todo, con sus miedos y soledades.  Nos hemos sentido tan abandonados y aislados en este planeta lejano, tan olvidados por la mano de Dios, que ya no confiamos en que Él estará aquí para sostenernos.  La limitación y la carencia vividas por tanto tiempo nos hace dudar de que seremos guiados y protegidos, nutridos y acompañados.  Frágiles y perdidos, tratamos y tratamos, para volver a recrear el abandono.

Y, sin embargo, ahí está la solución.  Abandonar todo lo que nos detiene, nos aprisiona, nos frustra, nos miente, nos limita.  AbandonarNOS.  Entregarnos a nuestro Ser Superior, a la Luz y el Amor de Dios.  Hermoso como suena, nos resulta extremadamente difícil.  Cientos de vidas nos dicen que no será posible: “esta vez tampoco…”.

La experiencia de cualquiera está llena de esta dicotomía.  Justo cuando más ardientemente nos proponemos limpiar el karma y entregarnos a nuestra alma, más desafíos aparecen.  ¿Y podría ser de otra forma?  Todo lo inconcluso debe mostrarse para ser solucionado y cerrado.  Cuando más deseamos abrir el corazón, más temor y aislamiento suscitamos.  Así debe ser: ¿cómo afirmar el amor sino es eligiéndolo al miedo?  

Todos estamos atravesando por esto ahora.  No hay ninguna vergüenza en ello.  Tenemos la herida de la separación de Dios en los genes.  Nos hemos sentido abandonados por Él incontables veces.  Volver a confiar en Él es lo que necesitamos: también tenemos la conexión esencial en los genes.  ¿Cómo hacerlo?  Cuanto más aceptamos lo que sucede y confiamos en su resolución a través de la luz y el amor como parte del proceso de unión… más sencillo y rápido resulta.  La resistencia y la desconfianza sólo lo agrandan.  Al principio, resulta arduo pero, a medida que perseveramos, la serenidad que vamos sintiendo nos acerca a una forma de vida totalmente distinta, con una vibración de abundancia y creatividad inigualables.

¿Y si este es tu objetivo para el Nuevo Año?  Mientras vas entregándote más y más a quien eres, tienes y haces, a lo que es, todo se va liberando y desvaneciendo con una velocidad y gracia que te sorprenderá.  Sólo el AHORA, este instante infinito, encuentra espacio en ti y en tu vida.  Sin pasado, sin futuro idealizado.  La confianza y la gratitud ensanchan tus orillas y te dejas fluir en el océano de Dios, que todo lo acepta y ama.


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