martes, 13 de diciembre de 2016

La mente no está hecha para el amor místico.


El hombre normal ha aprendido a ver y a expresar el amor en “algo”: en un cuerpo, en una actitud, en una persona, en la familia, incluso en la patria. Decimos “amo a mi pareja”, “amo a mi país” o “a mis hijos”, pero nuestra descripción mística del amor es terriblemente simple.
El ser humano, para hablar de un sentimiento excelso, dice que “ama” o que “quiere”. No obstante “sentir” ya no es lo mismo que amar o querer; admitimos incluso que “querer” no es lo mismo que “amar”. En nuestro lenguaje, como reflejo del propio mundo, los matices que posee el amor son profundamente limitados.
Amor” es un término que simboliza muchas cosas, incluso lleva de la mano la intensidad de su opuesto, que es “odio”. La mente y nuestra cultura no están hechas para el amor místico. 
Están hechas para amar algo, a alguien… y ni aún así nos alcanzan las ganas ni el corazón para aferrarnos a ello, porque el sentimiento se desdibuja muy rápidamente en promesas imposibles de cumplir; “para siempre” y “eternamente” son calificativos estériles. 
Finalmente toda promesa se enmaraña, se banaliza hasta quedar completamente desintegrada. En lo que sí somos expertos es en “amar momentáneamente algo”, pero eso no es amor. Esa integración somera y fugaz que se tiene con algo que se ama es un sentimiento humano muy pobre y limitado.
El sentimiento místico trasciende esa condición momentánea. El místico ve la integración de la “totalidad de los eventos” en Dios. Ve la Unicidad en todas las partes y todas las partes en la Unicidad. Cuando uno ama, se siente integrado con lo amado, conectado al amado por extraños hilos invisibles; aunque se esté lejos del ser amado, se siente su cercanía o el sentimiento que nos une. 
De igual manera, el místico es capaz de ver a Dios en las cosas y todas las cosas en Dios, pero es incapaz de ver “partes”. Esa es la gran diferencia con el amor que siente el común de los mortales.
En Occidente sólo contamos con la palabra “amor” para expresar ese sentimiento excelso, ya sea entre humanos o hacia la Divinidad, mientras que en Oriente se usa el término Prema.
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